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¡S I!   ¡B E S A M E!

Luego de poner al día a Daphne y ganarme un regañón por "no permitir que gente nueva entre a mi vida", me encontraba en mi departamento, preparándome algo para cenar y tomando un vino tinto para entrar en ambiente. ¿Ya había dicho lo mucho que amaba el vino tinto? En fin, nunca faltaba en esta casa.

Dos tostadas con pesto, aguacate y huevos fritos, ¡oh si!

Gabriel me había escrito para saber como estaba, creía que era algo físico, no me empeñé en decirle lo contrario así que le envié un simple: "ya me tomé una medicina, seguro mañana amanezco perfecta", al final, el no sabía lo que había pasado en la oficina minutos antes de que llegaran y tampoco se lo diría, suficiente drama.

Un rayo alumbró mi cocina, seguido de un trueno estremecedor que me dejaron en shock, anunciaban que la noche sería lluviosa, no mis favoritas. La lluvia solía ponerme ansiosa, desde chiquilla, cuando empecé a vivir sola —luego de terminar con mi ex—, no tenía quien "me protegiera" de tal cosa, así que cree cierta lejanía con la lluvia. Suspiré y me levanté para fregar lo que había ensuciado, de fondo sonaba Los días raros de Vetusta Morla.

La música era parte importante de mi vida, no porque tuviese un talento especial relacionado al tema, sino porque amaba escuchar musica, en todo momento y cada día. Siempre usaba audífonos de cable si se me descargaban los AirPods, tenía cornetas en casa, una en la oficina y podía quedarme sin comer, pero no sin mi cuenta de Spotify. Un poco extremo, pero todo lo hacía con música. Cuando vivía en Caracas, solía ir a conciertos con mis amigas, incluso fui a varios con mi mamá, para nuestra epoca era muy común ver conciertos de calle y muchos de nuestros amigos tenían bandas, por lo que solíamos estar por ahí, escuchándolos. Daphne estaba amarrada a Caracas, seguro porque no había quemado su etapa de joven, vivía escuchando música de allá, viendo vídeos e incluso tenía un mini Ávila en su mesa de noche.

Por otro lado, estaba yo, que no sabía a dónde pertenecía, porque hice a Madrid mi hogar, mi sitio seguro, pero al final del día había nacido en Caracas, mis padres estaban ahí y aunque me había ido muy joven y sólo iba de visita, todo seguía igual, mi habitacion tenía mis discos, iba a sitios nuevos donde antes existían otros negocios, los conciertos ya no los hacían tan callejeros y nuevas bandas habían nacido. Las calles seguían abarrotadas de motos y colas, mi colegio seguía teniendo las mismas tradiciones y por mas que fuera, las gaitas iban porque iban. Cuando iba a Caracas, no me preocupaba por vestirme de una forma o por hacer un acento neutro, seguía siendo la hijita de mis papás y me sabia todas la manías del lugar.

Claramente no me iría nunca de aquí, Madrid me había dado una vida increíble, estudié lo que quería, me gustaba vestir bonito, lo independiente y abierto que era esto, no se comparaba a otro lugar. Me encantaba escuchar a esos viejitos pelear con su característico acento y el verano trancado que me daba ganas de estar siempre en traje de baño.

Mi corazón pertenecía a los dos lugares, aunque un día quería a un lugar más que al otro, no me iría de Madrid, o por lo menos no por ahora. Había visitado Francia, Londres, Bélgica, un montón de lugares de Europa, America y aún así no cambiaba mi destino, por muy lindas que fuesen esas ciudades.

Al día siguiente, opté por ponerme un blazer y pantalón formal, ambos grises con una camisa blanca debajo. Me recogí el pelo con una gancheta y me puse unos New Balance blancos con azul. El día estaba un poco frío por la lluvia de la noche anterior así que guardé mi paraguas en mi cartera, por si acaso. Camino a la oficina, Gabriel me había enviado un texto.

GABRIEL: Vente directo a Litruna.

CHARLES.

Justo minutos antes de que empezara la tormenta, le había dicho a Casey que esto no podía seguir.

—¿Qué estás diciendo Charles? No estoy entendiendo... —dijo dejando suavemente en la mesa un vaso de vidrio lleno de agua.

—Que no podemos seguir juntos, no hay mucho qué entender. —mi tono serio, acompañado de mi desaliñado pelo y mi corbata abierta, parecían dignos de una persona totalmente inestable, que probablemente si lo era.

—¿cómo que no hay mucho que entender? ¿Te estás dando cuenta en donde estamos? ¡En Madrid! —gritó lo último.

—Desde un principio fue una mala idea. —pasé una mano por mi rostro, cansado.

—Estoy harta de que actúes como un niñato malcriado cuando las cosas no salen como quieres.

—Mañana te compraré tu vuelo directo a Londres, lamento mucho que la sorpresa no haya salido como quisiste y de que esto haya acabado así. —dije y me levanté de la silla.

—¡Oh, no! ¡De aquí no te vas! —me tomó por el cuello y volvió a sentarme, haciendo que abriera descomunalmente mis ojos. —Ahora me vas a escuchar...

Empezó a caminar en círculos, buscando las palabras adecuadas para hablar. Una de sus manos estaba en su cintura y la otra en su boca, haciendo una pose pensativa.

—Sabes... Cuando en febrero después de decirte que me gustabas, me dijiste que era linda. Incluso bromeamos acerca de qué tan lindos podrían ser nuestros hijos, ¿estabas mintiendo? —soltó una risa amarga. —¿estuve perdiendo mi tiempo?

Me quedé callado, pero vamos, ¿qué iba a decirle? "Claro que si, Casey. Cerca de tres meses perdidos".

—¡Eres un hijo de puta, Charles! —empezó a golpear mi pecho con sus puños, aunque no me hacía daño físicamente, me entristeció verla así por mi culpa.

Tomé sus puños y empezó a llorar desconsoladamente, sus sollozos y la lluvia retumbaban en mi sala, lo único que pude hacer fue abrazarla mientras ese terrible momento pasaba.

—Es por ella, ¿cierto? —dijo y me vio a los ojos, su mirada estaba triste y rápidamente se había hinchado.

Suspiré y finalmente hablé: —Créeme que yo más que nadie hubiese preferido que las cosas pasaran de otra forma, Casey te mereces a alguien que pueda amarte intensamente desde el principio, que no dude o espere a que dentro de veinte años se enamore de ti debido a la costumbre de tu presencia. —posé ambas manos en sus mejillas y las acaricié. —Te quiero, pero no de la forma que tu quieres que te quiera.

—No tuviste que pasar mucho tiempo con ella para amarla. —volvió a sollozar.

—No estoy enamorado de ella.

—¡por favor, Charles! —se alejó de mi. —sí tan solo pudieras verte cuando ella pasa, cuando la nombran, cuando piensas en ella. La única que no se da cuenta es la propia Helena.

—De igual forma, esto no tiene que ver con ella. —aclaré. —No lo hago porque tenga algo con ella, o porque crea que lo tendré, me lo ha dejado claro muchas veces, es por nosotros, Casey. No nos merecemos esto.

Se creó un silencio entre nosotros. Iba a caminar hacia mi habitación cuando ella volvió a hablar:

—¿podrías darme un beso de despedida? —vio directamente a mis ojos.

Este sería probablemente el beso más triste del mundo, por lo que significaba para ambos.

—¿un beso? —quise reiterar.

—Si. —caminó y quedó muy cerca de mi. —Bésame.

Cerré mis ojos por unos segundos y volví a verla, tenía los ojos llorosos, su nariz y párpados rojos, su pelo despeinado y su pecho subía y bajaba. Le di el beso, fue simple y modesto, no buscaba nada más. Mi forma de pedirle disculpas y su forma de recordarnos.

Última Noche En LondresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora