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E S P E C I A L M E N T E P A R A T I.

CHARLES

Estaba claro que no había visto esto venir.

Aunque tal vez si.

Por supuesto que quería que esto pasara, quería besar a Helena cada vez que pudiera. Es que ella me hacía sentir fuera de mí, fuera de orbita. Desde esa noche en el maldito club, no salía de mi cabeza. No podía comer, no podía dormir, no podía trabajar sin pensar en ella, era abrumador y enfermizo. Parecía un psicopata.

Pensaba en ella no de la manera lujuriosa —o sea, si, pero en el día no—, más bien pensaba en lo lindo que le quedaba la cola que siempre usa, especialmente en las tardes. Pensaba en que prefiere los colores neutros que los llamativos. Pensaba en que le gustaba escuchar música a cada momento y prefería usar AirPods en vez de audífonos de cable. Pensaba en que le gustaba el café no muy caliente, porque no podía esperar tanto para tomarlo, era impaciente y cuando estaba concentrada arrugaba la nariz.

Esos datos no eran especialmente públicos, los notaba porque aunque ella quisiera ser una caja de pandora, misteriosa y llena de cosas inesperadas, realmente era una muchacha maja que escondía su personalidad Dios-sabrá-porqué, y aún escondiéndola, resultaba bastante amigable y buena gente.

Me encantaba Helena.

Se separó de mi y volví a unir nuestros labios en un fugaz beso, sus mejillas sonrojadas por el momento y un mechón cayéndole en el rostro la hacían incluso más pequeña, estaba viéndome con los ojos muy abiertos, no parecia sorprendida, acomodé su mechón detrás de su oreja y sonreí.

—No huyas, por favor. —lo que intenté que sonara relajado, terminó sonando como una súplica de mi parte.

Sonrió —No iré a ningún lado.

Sonreí ampliamente y tomé su mano, sintiendo que por fin este podría ser nuestro momento. Este parque que estaba no muy lejos de la empresa, me recordaba a aquel parques de Londres, no tenía nada especial, no era el más bonito de la ciudad, pero ambos estábamos.

No sabía que hacer, nuestros últimos encuentros habían sido desafortunados y llenos de cierto drama que estaba centralizado en el hecho de que tenía pareja. Vamos, que no quería romperle el corazón a Casey pero Helena me tuvo desde el día uno. Ahora que por fin ella había cedido, no quería dañarlo por nada del mundo, ni siquiera quería moverme, por si se reiniciaba el juego y no guardaba la partida.

—¿qué tanto me ves? —dijo ella, con esa sonrisa burlona, recordando que lo había dicho anteriormente.

—No quiero que se acabe nunca este momento. —dije sinceramente.

—Entonces no dejemos que se acabe.

Su rostro estaba iluminado con cierto brillo que no sabía si venía de la osadía o del pudor. No sé si mostraba amor o deseo. Felicidad o tristeza. Ganas o dejadez.

—Créeme, haría lo que fuese para que por fin estuviésemos así, siempre. —dije en un tono bajo, casi en un susurro.

Apretó mi mano y habló también en tono bajo:

—Charles... No hace falta que hagas lo imposible. —sonrió amablemente. —estamos aquí, juntos. No hay más que hacer o pedir, vivámoslo así, lento y un día a la vez.

—Te refieres a que finalmente aceptaste que sientes lo mismo que yo, ¿no? —dije, para confirmar.

Asintió sin hablar. No quería decirlo en voz alta, estaba seguro.

Sonreí y corrí mi vista al frente, el día estaba hermoso, me sentía feliz, Helena estaba aquí conmigo... Un gran día.

—Deberíamos volver. —dijo después de unos minutos. —Gabriel me escribió que donde estábamos.

—¡la supervisión! —dije. Lo había olvidado por completo.

—Si, tenemos que estar allá en caso de que lleguen.

—Vale, vamos. —dije y me levanté del banquillo.

Por supuesto que el camino al edificio fue rápido, al llegar a nuestro piso vimos a Gabriel hablando con Wilson, había pasado alrededor de dos horas desde que el se había ido del café.

—¡por fin llegan! ¿Dónde se habían metido? —dijo y puso sus manos en las caderas, como si fuese nuestro padre.

—andábamos por ahí, nos perdimos de la hora, lo siento. —dijo Helena.

—Por ahí... —susurró Wilson, quien tras un sutil gesto le señaló los labios a Helena, que estaban con pintura rosada un poco corrida.

Que ni yo me había dado cuenta...

Abrió sus ojos como platos y sin disimular nada, se los limpió con el dorso de su chaqueta, Gabriel enarcó una ceja y me vió, intenté no hacer ninguna expresión pero una pequeña risita se escapó de mi, haciendo que Helena me mirara feo.

—Como sea... No quiero saber donde estaban, par de tórtolos. —dijo y movió las manos. —Lo importante ahora es que la supervisión vendrá esta tarde, los quiero atentos.

—si. —asintió Helena. —Si me disculpan, iré a mi oficina, —se despidió de ellos y me dedicó una sonrisa.

Luego de eso, no volví a verla, se encerró en su oficina y mientras yo leía ciertos contratos y propuestas, se pasó el resto de la mañana. No solía pasar tanto tiempo fuera del trabajo y ya me estaba costando el asunto de no poder ejercer como médico, que era lo que realmente quería, no ser el administrador de una millonaria empresa trasnacional. Ciertamente, me lo plantearon desde que tenía uso de razón y aunque siempre pude evadir el tema, ahora que papá estaba enfermo no podía huir de esta responsabilidad.

Mamá no era más que la esposa estatua, no podía pedirle siquiera que me suplantara dos días, en el hospital ya empezaban a hacerme preguntas de si volvería, tenían una gran contemplación conmigo solo por ser el hijo de Magnus Myers, no porque fuera Charles Myers, ya me había acostumbrado a eso. Lo mismo pasaba cuando estaba en la escuela, podía irme dos meses de vacaciones y nadie decía nada, en la universidad me daban hasta tres oportunidades para recuperar exámenes perdidos y ahora, en el hospital no me despedían por ausentarme.

Era esa clase de privilegio que aunque por supuesto me convenía, no me hacía sentir del todo bien, siempre era al que miraban feo porque nadie más tenía esos tratos, mientras que yo los disfrutaba de todos mas uno. Mis amigos eran hijos de amigos de mis padres, que entendían mi vida y sabían que no era malo, simplemente "afortunado". Louis era mi hermano, aunque eramos física y personalmente distintos, nos complementábamos perfectamente. Sam —que ya no recuerdo como lo conocí— era mi cable a tierra. Cuando andaba fuera de orbita, el lograba ubicarme en tiempo y espacio.

Última Noche En LondresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora