𝙪𝙣𝙤

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El canadiense caminaba por los pasillos de su residencia universitaria, su supuesta cita con su pareja había resultado en un desastre total, mejor dicho, expareja. Porque sí, el encuentro que la rubia había acordado con él, no era una salida o una cita, era solamente para hablar de ellos, y por supuesto, para terminar la relación. Él intentó a fuerzas dar otras opciones para lo que tenían, hasta una estúpida terapia de parejas, pero ella ya estaba decidida.

Su cuerpo se sentía demasiado cansado y su mente lo taladraba sin parar, solo quería llegar a su habitación para dormir y estar en paz, sabiendo que durante la madrugada lloraría como una quinceañera. Las pocas personas que transitaban aquel pasillo, lo miraban por instantes cortos y luego apartaban la mirada, pasando de él, seguro era por su cara de perro malo, pero por dentro era un chihuahua tembloroso, que quería llorar junto a su almohada.

Sacó la tarjeta magnética guardada en el bolsillo trasero de su pantalón, y la hizo pasar hasta que el pitido y la pequeña luz verde le indicó que ya podía abrir la puerta, cerró despacio la puerta, ya sintiendo como el nudo en su garganta quería desamarrarse en un sollozo, sin prender la luz del corto pasillo que lo llevaba a su reducido cuarto compartido, caminó por él, hasta dar con la llave de la luz a un costado de la pared. Cuando esta se encendió, dejó ver una comprometedora escena.

—¡Qué mierda! —vociferó su compañero de cuarto, tomando una de sus almohadas y tapando su parte íntima.

—¡Qué mierda tú! —corrió su rostro, en lo que el moreno volvía a vestirse—. ¡Estabas masturbándote en nuestro cuarto!

—¡Dijiste que no ibas a volver!

—¡Pero no por eso tienes que hacer tus cochinadas en-

Todo ocurrió tan rápido que no se había dado el tiempo de ver todo a detalle y notar que el moreno estaba haciendo eso sobre su cama.

—Mi cama —susurró el canadiense sin poder creerlo.

El menor abrió sus ojos y al ver que, claramente, estaba en cama ajena, salió de un salto de esta, moría de la vergüenza y en su rostro se notaba esto.

—Perdón, perdón, perdón.

—Eres un maldito asqueroso —soltó con enojo—. ¿Tu frazada está limpia?

Sentía que su cara ardía, toda aquella situación era muy penosa, lo único que él quería era llorar en silencio, abrazando su almohada.

—¿Qué?

—Lo que escuchaste, Lee.

El menor estaba algo desconcertado, temía que el canadiense lo expusiera ante todos y ante el comité de la universidad, ¿y si le negaban su estadía allí?

—S-Sí, están limpias.

A pasos largos, el mayor llegó hasta su compañero, plantándose frente a él.

—Entonces, yo dormiré en tu cama, y tú, irás ahora mismo a lavar mis frazadas, porque de lo contrario te acusaré con el comité —las piernas del moreno temblaban como gelatina, sabía que el canadiense no iba con bromas.

—No h-hay problema, yo lavaré tus frazadas. Y de verdad, lo lamento mucho, juro que no volverá a pasar —prometió el menor, todavía avergonzado—, no estaba en mi sano juicio, estaba muy caliente y ni siquiera noté que me había acostado en tu cama, solo comencé a desvestirme y a mas-

—No quiero que me des más detalles —lo calló el mayor, algo asqueado.

Sin decir ni la más mínima palabra, el moreno quitó la frazada de la cama ajena, tomó su teléfono y salió disparado de la habitación, sin siquiera darse el tiempo para limpiarse. Por suerte, la residencia donde él estaba, contaba con un cuarto de lavandería, solo rezaba por conseguir con que lavarla.

𝘋𝘰𝘯'𝘵 𝘊𝘳𝘰𝘴𝘴 𝘛𝘩𝘦 𝘓𝘪𝘯𝘦 ─ 𝙈𝘼𝙍𝙆𝙃𝙔𝙐𝘾𝙆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora