⏳︎| Salida de emergencia

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ESTE CUADERNO PERTENECE A CLARENCE DOMINIC. 



Había un arma de fuego debajo de mi cama.

Se suponía que debía matar a la persona que me hacía vibrar el pecho con ella, se suponía que debía terminar la sonrisa de mi pequeño monstruo con ella. Se suponía.

Pero esos no fueron mis pensamientos en ningún momento, aunque el hombre que me engendró fuese un malnacido abusivo y consumido por sus vicios y dolor, seguía siendo mi padre, pero, era a él a quien quería borrar con esa arma. Para tener tan solo diecisiete años, había pensando en todas las maneras en la que podría dispararle y salir ileso de ello. En medio de esos pensamientos me di cuenta que no era tan duro como creía, mi pecho no era de acero y las emociones si existían debajo de mis costillas; porque aunque me hubiese hecho vivir un infierno me temblaba el pulso al sostener aquella arma.

Sin embargo, debía tomar una decisión, era su vida o la vida de mi niña de ojos llorones, era su vida o la mía vuelto miseria. La decisión no era fácil, probablemente al momento de haberla pensado ya se hubiese apartado mi lugar en el infierno y, aunque no le temía miedo a arder por toda una jodida eternidad, tenía la creencia de que la tierra era suficiente infierno como para pasar lo que me restaba de eternidad en otro.

No lo quería. No quería la vida que me tocó ni las decisiones que tuve que tomar.

Bailey nunca fue creyente, para ser una artista en crecimiento era demasiado racional, puntos como la fe o la confianza ciega para ella carecían de sentido. Nunca me molestó, el ser humano es un cumulo de creencias y pensamientos a causa del espacio y de la manera en la que crecieron, en como adoptaron la forma de vida que se les mostró, enojarse por los pensamientos o creencias de los demás es una perdida de tiempo. Había que encontrar belleza en la diversidad, en la manera en como todo el mundo cree en algo y lo defiende, porque te demuestra que tiene un carácter propio y que no sigue a las masas por el simple hecho de encajar.

En ella solo había material de líder aunque a veces parecía discípulo de alguien más. Era por eso que siempre parecíamos encajar tan bien a pesar de ser diferentes, ella agregaba la racionalidad a esta relación extraña y en el fondo era la del pie de plomo, ya que mis impulsos no medían y mi manera de actuar nunca era la mejor. Y lo tenía, la fe y la confianza ciega, me escondía en los templos de Greenwich y esperaba a que alguien se me acercara y me hablara de como alguien más me podía salvar.

Era el único rayo que se filtraba por las paredes ennegrecidas de mi alma y en el fondo me hacía creer que Bailey y yo algún día podríamos tener un futuro que no estuviera manchado.

Aunque en ese momento ya no importaba, un año en la cárcel era suficiente para perder cualquier rayo de esperanza. Ahora todo lo que quiero es que todos los que me dañaran pagaran, incluido ella. El pequeño monstruo con las agallas suficientes para subirse a un estrado en mentir declarándome culpable.

Es donde siempre caigo, a donde siempre va mi mente cuando escribo. La veo a ella ahí arriba y las entrañas se me revuelven y tengo ganas de vomitar. Porque cuando me dieron esa arma hubiese preferido ponerla sobre mi cabeza antes de si quiera relajar con el hecho de ponerla en su dirección.

Falté dos días a Kindom, al tercero ni siquiera sabía lo que estaba buscando. Necesitaba una solución, una puerta. ¿Pero cuál?

Madyson Teyb fue esa puerta.

El rey de las mentiras I  | [Trono Envenenado I ] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora