10- No tengo el mejor gusto, pero al menos sé combinar las lámparas de araña

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Elisabeth Hofmann era una mujer de cincuenta y seis años nacida en Suiza. Su primera residencia también estaba en ese país aunque frecuentaba los alrededores en busca de negocios.
Según me habían indicado, la encontraría en su casa en Ginebra cuando se diese el momento.
Lo único que me pedían era acabar con ella. Esto también me llamó la atención pues lo primero que salió cuando busque el nombre de la mujer fueron artículos relacionados con su gran fortuna acumulada a base de herencias y negocios dudosos. En este tipo de casos, mi contratista también solía pedir algo que le permitiese acceso al dinero de la víctima. Ya fuesen parte de sus pertenencias o que la interrogase en busca de contraseñas o algo útil.
Sin embargo, no, en el caso de Elisabeth Hofmann el mensaje era claro y conciso. Matarla y dejar su cadáver para la policía de forma que fuese claro que había sido asesinara y no se trataba de un accidente.

Tenía que asegurarme de no dejar huellas ni nada que pudiera inculparme así que, aparte de investigar la mejor manera de infiltrarme en la casa de la mujer, me aseguré de conseguir el equipamiento necesario.

Viaje a Ginebra el 10 de febrero. Imaginaba que la fecha del encargo se acercaba y era buena idea ir poniéndose en marcha con todo.
Conseguí un pequeño apartamento en un barrio discreto y fui reuniendo allí mi material.

Todos los días durante mi estancia allí me aseguraba de pasar por delante de su casa, siempre en la misma dirección como si fuera a mi trabajo.
Hofmann vivía en una gran casa unifamiliar en la zona acomodada, que por suerte para mí estaba de camino al casco antiguo de la ciudad, por lo que no era raro que hubiera bastante gente rondando las calles y era fácil fundirme con los demás. A parte, tampoco llamaba mucho la atención como extranjera. Constitución más bien pálida, ojos azules grisáceos, altura bastante similar... Ni siquiera el pelo castaño oscuro con las famosas mechas blancas que aún conservaba destacaban en exceso. Los tatuajes un poco más, no nos vamos a engañar. Pero como era invierno, iba abrigada hasta los dientes y sabía maquillar mis lunas en la cara.
Mis paseos por delante de su casa tenían una doble motivación. Quería ver de cerca el lugar donde iba a tener que infiltrarme para hacerme familiar con él y con los hábitos de quien vivía allí; comprobar que había ventanas donde había estudiado y que los accesos eran factibles. Y también pretendía que el entorno se familiarizase conmigo. No quería parecer alguien nuevo allí, tanto para la gente, como para los perros.
Y es que Elisabeth Hofmann contaba con cinco perros guardianes de los que ya me habían advertí. Necesitaba que esos animales se acostumbraran a mi presencia para que no dieran voz de alarma cuando me presentase el último día. Y también porque no me apetecía convertirme en pienso de Rottweiler como regalo de San Valentín atrasado.

El día finalmente llegó. La noticia de la toma de la cárcel de Berna por parte de los presos fue portada. Los mutados habían logrado tomar el control engañando a los guardias y consiguiendo cambiar los roles en un asalto rápido y con ayuda del exterior. Se desconocía por completo quién había dado aquel apoyo externo, pero se sospechaba que era el mismo grupo organizado que había estado causando estragos por el resto de Europa.

Por mi parte, no tuve tiempo de enterarme de mucho más pues esa misma noche, tocaba ponerse en marcha.

Me acerqué a la casa por el lateral izquierdo, donde sabía que solía haber menos tránsito y vigilancia. Las cámaras de seguridad estaban situadas cubriendo la parte frontal, la trasera y el garaje. Lo que me dejaba un pequeño punto muerto para acercarme por el lado en el que se encontraba la lavandería.
Así por lo menos si el golpe no salía bien, iba a poder volver a casa detenida pero con la ropa limpia.

Como había imaginado, los perros vinieron a mi encuentro en cuanto puse un pie en la propiedad. Por suerte, reconocieron a la persona que llevaba los últimos doce días acariciándolos y dándoles chuches, y no ladraron. Lo que os digo, mejor prevenir y hacerse amiga de los guardianes de la casa, que tener que recurrir a medidas desesperadas.

Sangre Roja [TN#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora