11- Consejo del día: no salgáis de fiesta si sois un criminal buscado

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Desperté igual de confundida que la última vez. Ya no solo por la naturaleza del sueño en sí, sino por la forma tan real en la que se sentía. Es cierto que nuestro cerebro cuando soñamos hace creer a nuestro cuerpo que realmente nos están ocurriendo esas cosas, pero siempre había una cierta bruma que lo cubría. En este caso, era todo tan claro que me costaba un par de minutos darme cuenta de que no había sido real. ¿Qué demonios me estaba pasando?

Me froté los ojos tratando de despejarme y busqué mi móvil en la mesita de noche. Esta vez me había conseguido fijar más en aquel símbolo así que lo dibujé y se lo mandé a Lea para guardarlo.

Ignorando los fuertes latidos de mi corazón y el nudo que se me había formado en el estómago, acabé de recoger las cosas que quedaban en el sencillo apartamento y me dirigí al aeropuerto.

Los vuelos iban un poco retrasados debido a los problemas y las exigencias de los controles de seguridad, pero los conseguí pasar sin altercados.

En las televisiones del aeropuerto tenían puestas las noticias; el cadáver de Elisabeth Hofmann había sido encontrado en su casa de Ginebra con un disparo en la cabeza. Se sabía que este había sido efectuado desde detrás pero no se había encontrado ninguna pista. La bala no estaba, no había huellas, las cámaras de seguridad no habían detectado nada y los perros no habían ladrado. La investigación seguiría de forma privada por petición del marido.

Las sospechas recaían si acaso en un par de individuos que habían intentado negociar con la empresaria sin mucho éxito.

Llegué al Artic por la tarde, no había sido un vuelo muy largo.

Lo primero que hice fue dejar mis cosas en la habitación 110 y buscar a Lea.

Estaba en el bar subterráneo del hotel, jugando a los dardos con Mikaela. Yo sé que tener dardos en un sitio lleno de asesinos a sueldo no parece una buena idea, pero sorprendentemente el juego unía muchas amistades tontas.

—Cielo, he visto las noticias —dijo mi amiga nada más verme, envolviéndome con los brazos a modo de bienvenida—, muy buen trabajo, ni una sola pista —añadió subiendo y bajando las cejas con una falsa sonrisa provocadora.

—Qué voy a decir, algunos somos profesionales —presumí, haciendo como que me quitaba polvo de un hombro. Saqué de mi bolsillo la pequeña cajita que había tomado de recuerdo en la casa de la empresaria suiza y se la di a mi amiga—. Feliz cumpleaños atrasado —bromeé mientras ella lo abría. Su cumpleaños era a mediados de enero y no lo celebramos debidamente porque justo estaba en busca y captura el culpable del asesinato de unos especuladores bancarios de la ciudad. Y la culpable era yo, osea que era un poco peligroso.

—Eres idiota pero te lo perdono porque esto tiene toda la pinta de ser esmeraldas —murmuró ella ojeando los pendientes de cerca.

Mientras se quitaba las joyas que llevaba puestas para probarse las que le acababa de dar, Mika se acercó para saludarme también.

Le había costado un poco, pero se había acostumbrado a la cercanía que teníamos Lea y yo, y ahora se unía a los intercambios de abrazos de bienvenida. Casi me deja sin costillas el muy desgraciado.

—Me alegra ver que te ha salido todo bien —dijo mientras nos balanceaba de un lado a otro en el abrazo—. No sabes cómo he tenido que hacer uso de mis habilidades como rey del entretenimiento para distraer a Lea —exageró separándose de mí y haciendo que la aludida dejase de ponerse los pendientes para ver que iba a decir—. La pobre lo estaba pasando mal, desesperada sin ti- ¡ah!

—No te quepa duda de que el desesperado era él —me aseguró mi amiga, frotándose el puño con el que le acaba de pegar en el hombro al mellizo. Y, chicos, yo me lo creía sin dudar.

Sangre Roja [TN#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora