Paseaba por las afueras de Rêndir como si no hubiese acabado con toda mi reputación. Nunca fui amada por el pueblo, ellos me recordaban que no formaba parte de aquello aunque realmente nunca hubiese hecho nada. Era mujer, y aquello era un castigo suficiente, a nosotras no se nos permitía el mayor lujo que tenían los hombres; poder ser mediocres. Todo el pueblo hablaba sobre cómo Adam y yo habíamos sido vistos con las manos cogidas y "apunto de besarnos". Mi cuerpo se estremecía de rabia, un calor sofocante me recorría el cuello, tan solo porque lo sabía. Tan pronto como Markus se dio cuenta de aquella realidad, propagó aquel rumor como el fuego. Sabía que había tenido que ser él, no había más opciones, en aquel encuentro solo habíamos estado nosotros tres. Susurró aquellos rumores para que casarme con Erik fuese la única manera de salvar la reputación de mi familia. Hubiese recorrido todo el poblado y todas las afueras buscándole, gritando su nombre hasta encontrarlo y poder hacerle pagar por aquel acto tan miserable. Pero ya no podía, estaba atada de pies y manos. No podría volver a acercarme a Adam, mi honor estaba casi destruido, y tendría que trabajar mucho para compensar aquello y hacerles olvidar aquellas palabras.
Pasé horas allí, sin saber bien qué hacer, aunque fuese tarde y el frío calase hasta los huesos. Tenía miedo de regresar a casa, tenía miedo de dormir, levantarme y tener que acudir a aquella maldita reunión que me separaría de mi felicidad para siempre. Entre aquellos pensamientos el ruido de unos pasos apenas imperceptibles llegó hasta mí. Sabía quién era, la única persona tan silenciosa como para apenas ser percibida. Mi padre Kai. Me giré para contemplarlo de pie a unos diez pasos de mí. Su capa negra y gruesa se agitaba con el viento, su rostro estaba pálido, pero los rastros de aquel joven y terco guerrero seguían allí. Cicatrices, la tinta en su piel que sobresalía por su cuello, la espada con la que habría arrebatado incontables vidas. Sus ojos azules me atravesaron desde la distancia. Sentí una tristeza inaudita, aquel hombre era mi padre, el mejor hombre que habían conocido las tierras norteñas. El que ya sabíamos que sería uno de los reyes más recordados de nuestra historia. El odio por los cristianos lo había consumido, la tragedia lo había llevado al límite.-Necesito hablar contigo de algo -reveló por fin-. ¿Me acompañas?
Paseamos por un sendero algo frío pero menos nevado. A pesar de los cálidos días siempre volvían los fríos, como un recordatorio de nuestras vidas. No dije nada hasta que pasó un buen rato.
-Lo siento -fue lo único que dije, sabiendo que él ya sabía a que me refería.
Pude notar su respiración agitada.
-No estoy enfadado contigo, todo esto es algo que una parte de mí ya sabía que ocurriría.
Contraje la respiración, no sabía cuales eran las palabras correctas. Pero sí sabía que le debía respeto y lealtad. Y que no le había dado nada de esto los últimos meses.
-Deberías estarlo -admití.
Se acercó algo más a mí.
-¿Le amas?
Fruncí el ceño sorprendida, no esperaba aquella pregunta.
-No.
Se quedó un buen rato en silencio, como valorando si aquello era cierto. Pero no podría haberlo sabido, ni siendo poseedor de alguna clase de poder divino. No podía saberlo porque nadie lo sabía, ni siquiera yo misma. Algo en mi padre parecía estar roto, quizá todo lo estaba.
-Después de todo lo que he pasado no creí que nada pudiese ser tan difícil. Y supe que lo sería la primera vez que vi tu pequeño rostro, cuando Ylva te tuvo sin dificultades, como si estuvieses más que predestinada a este mundo. Te vi y lo pensé, tenía ante mis ojos el mayor regalo, una hija preciosa de la mujer que siempre había amado. Te quise automáticamente y supe que nunca volvería a estar tranquilo.
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Una predicción maldita 2 |EN PROCESO|
Historical FictionMi historia nació con la predicción de una bruja que aseguró que mi grandeza sería mayor que la de mi madre, Ylva la Inocente, reina de todos los hombres y mujeres del norte. Aquella predicción estaba maldita, pero no lo supe hasta alcanzar la madur...