No quería hacerlo, y desde luego no tenía ninguna necesidad. Aquellas cuestiones nunca me habían interesado especialmente, y a pesar de tener diecinueve años, cuando en mi tierra alcanzabas la edad adulta a los doce, pues a la mayoría se los llevaban las valquirias (si habían sido guerreros) antes de los treinta y cinco, no había entregado mi cuerpo a ningún hombre. Los rasgos de estos nunca me habían resultado atrayentes, eran toscos y a menudo olían a sudor, grasa, paja y óxido. La castidad femenina no era algo que tuviese tanto valor en mi cultura como en otras, aún así, no planeaba entregarla próximamente. Pero no pude evitarlo, la curiosidad era algo que tampoco me había caracterizado hasta entonces, mi cuerpo se quedó allí parado, contemplando a través de la diminuta franja de la puerta como Markus preparaba su baño caliente. Estaba mal, pero mis ojos no paraban de seguirlo, allá donde iba, hiciese lo que hiciese. Sus manos se deslizaron por sus ropas encueradas y comenzó a sacárselas empezando por su blusón oscuro, por el que ya podías divisar su cuerpo y la forma de este.
Había caminado durante demasiado rato después de la reunión, una reunión que no había sido demasiado fructífera. Charlé con mis padres y me sinceré, no les escandalizó el resultado de aquello, para los norteños los golpes y la pelea solían ser a menudo el comienzo de largas reuniones y acuerdos que se iban distendiendo en el tiempo y en algún momento todo acababa. Cuando alguien asesinaba a alguien en un momento de calor, o cuando las mentes estaban tan agotadas que decidían ceder o a veces dejarlo por un tiempo. Vi algo más en los ojos de mi padre, cuando supo que mis heridas procedían de Adam y Markus, cuando supo que los había golpeado. Tranquilidad quizá después de todas sus inseguridades. Después de aquella reunión que había durado horas, habíamos quedado exhaustos y todos nos sentíamos profundamente insultados. No habían precedido muchas palabras después de la pelea, y todos asumimos que era mejor descansar. Cuando me alejé a los pasillos oscuros de mi hogar, un lugar lleno de escondrijos, salidas de emergencia y algunos pasadizos subterráneos algo pequeños; me sentí algo más aliviada. Subí las escaleras por un pequeño y austero torreón e intenté colarme en el antiguo tejado, pasé horas allí, como si así pudiese alejarme de ellos, como si así estuviese a salvo. Sentí que la única forma de que mis heridas cerrasen era alejándome de ellos. Mientras estuviésemos juntos, la sangre volvería a gotear sobre el suelo.
Sin embargo, allí estaba, siguiendo la luz de una de las habitaciones del torreón, donde usualmente no se instalaba nadie. Mi sorpresa al ver a Markus allí fue inimaginable, pero aún mayor fue la de no poder moverme, quedarme paralizada en el sitio y contemplarlo desde la oscuridad. Al principio sentía curiosidad, por la gran diferencia que había entre él y los norteños. Cuando nos conocimos por primera vez había tenido la piel más cálida, pero entonces estaba pálido. Una palidez impoluta que hacía que sus heridas resaltasen. Las manos de Markus se deslizaron por la tela de su blusón y su torso apareció desnudo ante mí. Era esbelto, su estómago era delgado y podías observar una fina línea que marcaba su abdomen. No tenía apenas bello y su piel parecía extremadamente suave, como la nieve, la seda, pero también como el cristal o el mármol. Recordé la calidad que desprendían sus brazos, tan contradictoria a lo que podías ver desde fuera. Sus hombros estaban algo más musculados, y sus brazos estaban curtidos por haber entrenado desde la infancia con espadas pesadas. Me fascinaba su piel sin tinta, sin manchas más que las heridas, en el fondo, me parecía incluso bella. Cuando se quitó la parte de abajo pude contemplar sus piernas, que anteriormente y debido a sus pantalones de cuero ceñidos ya eran fáciles de intuir, pero cuando las contemplé, y con ellas el conjunto de su cuerpo, una parte animal e inconsciente de mí despertó. Esa vez no era un sentimiento parecido al que había sentido con Adam en mis aposentos tiempo atrás, aquello era diferente. Tan diferente que no sabía qué era. Su cuerpo era esbelto y fuerte, era tan alto que incluso yo tenía que mirarlo desde abajo. Se giró hacia la bañera que algún sirviente debía haberle preparado hacía un rato, introdujo la mano hasta que poco a poco el agua caliente llegó hasta su codo. Y entonces algo que no habría esperado captó mi atención. Su espalda. Era una espalda marcada, desde ese ángulo parecía algo más delgado, la cintura era más estrecha que sus hombros y un diminuto lunar decoraba la parte baja, pero encima de todo eso, había algo horrible. Tenía múltiples cicatrices que le surcaban desde arriba hacia abajo de forma irregular. Más allá de dos que apenas supuraban, había algunas que habían sido causadas durante mucho tiempo y desde hacía años, algunas rosadas, otras pálidas, otras casi tan blancas que se fundían en su piel y eran apenas perceptibles. Estaba mas que familiarizada con aquellas cicatrices, las había visto antes, causadas por látigos, tiras o varillas flexibles. La flagelación era un previo aviso a la tortura, sabía que más de cuarenta golpes eran el límite para no provocar la muerte. Pero también sabía que aquel castigo no era jamás impuesto sobre la nobleza. Se solía proporcionar a esclavos mayormente, pero Markus no era un esclavo ¿no? Fruncí el ceño, confusa. ¿Se lo habría hecho él mismo? A modo de expugnar sus pecados quizá, algo para demostrarle a Dios que era un verdadero creyente. Volvió a girarse, y por unos segundos me aterroricé, temí ser descubierta. Pero estaba lejos, y entre la más absoluta oscuridad. Markus se acercó a la puerta y fui incapaz de hacer algo, mis pies apenas se movieron, estaba allí atrapada. Me fijé en la cruz brillante y tintineante que pendía de su cuello y caía en el centro de su pecho. Pero no pasó nada, tan solo cerró la puerta de golpe dejándome allí, entre las sombras, sin ver nada más que la leve luz de la luna que se colaba por una de las diminutas ventanas del torreón. Imaginé su cuerpo, dentro del agua casi hirviendo, acariciando sus heridas, tapando las historias más macabras e inimaginables.
No había nada de Markus que me gustase, por mucho que me intentase adentrar en mis sentimientos y enumerar una lista de cosas que me hiciesen no entrar en aquella habitación y matarlo sin remordimientos, no había nada. Pero me quedé allí quieta, sin poder volver, sin avanzar. Aún así, siempre me había preguntado de dónde venían sus heridas, quién era la persona que estaba detrás de aquella violencia, ¿era él? ¿Eran otros? Lo peor ¿por qué debería importarme? Sentía una extraña fascinación por sus debilidades, quizá con la esperanza de poder encontrar algo con el que devolverle mi dolor. Él había estado en el otro lado del campo de batalla, dispuesto a masacrar a mi familia y a mi gente. Tuve la tentación de acercarme a su puerta, intentar hablar con él. Quizá así podría ser más fácil llegar a algún lugar, o quizá tan solo me estaba justificando. Fuese como fuese no hice nada, caminé por las escaleras del torreón en silencio hasta llegar afuera y alejarme de allí y de cualquier posible tentación. Y quizá debí haber entrado, puede que aquello hubiese cambiado algo, pero no lo hice, y caminé por el pequeño sendero externo a mi hogar con paso lento y continuado. Siempre era así, el frío me ayudaba a pensar.
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Una predicción maldita 2 |EN PROCESO|
Ficción históricaMi historia nació con la predicción de una bruja que aseguró que mi grandeza sería mayor que la de mi madre, Ylva la Inocente, reina de todos los hombres y mujeres del norte. Aquella predicción estaba maldita, pero no lo supe hasta alcanzar la madur...