Depravados, contradictorios, débiles

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La suerte de los héroes era la más trágica de todos. En ocasiones, solo había unos pocos destinos para aquellos que tenían que llegar más lejos que las personas corrientes. Acababan muertos, olvidados, en pocas ocasiones, glorificados. Pero ¿valía la pena tanto dolor? Yo no estaba segura de aquello.

-Ya nos conocemos todos y sabemos cuales son las intenciones que tenemos por mucho que las queramos ocultar -comencé a exponer mi idea, viendo a dónde podía parar-. Queremos el éxito de nuestras tierras, y no queremos que gente ajena a nuestra cultura se apropie de lo que hemos conseguido -mire a Erik Berg, un norteño que había pactado sin pensarlo con los cristianos, aunque no se hubiese convertido-. Ahora gente como tú Erik, abundan nuestro mundo. Pactáis con los cristianos, dejáis vuestras tierras y construís otras nuevas lejos de aquí, donde se le reza a un Dios cristiano. Entiendo que quizá esto para algunas personas no se trata tanto sobre la religión, sino sobre la fama y la riqueza, el poder.

Erik se revolvió en su asiento, algo nervioso. Le costaba sujetarme la mirada, ¿cómo iba a casarme con un hombre que no podía mirarme? La angustia se cernía a mi garganta. No quería aquello, sabía que no amaría a aquel hombre. Pero aquello no importaba, el matrimonio no iba sobre amor en nuestros mundos. Iba sobre alianzas prósperas. Era nuestro cometido.

-Los cristianos me dejaron conservar mi fe -se justificó Erik-, creo firmemente que... podemos conservarla juntos.

Me reí por lo bajo. Le di un trago a la copa de vino y pasé la lengua por la comisura de mis labios, sintiendo ese sabor amargo y dulzón.

-Si nos hemos reunido es para llegar a un acuerdo que nos beneficie -interrumpió Markus en la escena, por primera vez, su voz sonaba suave y algo rasgada, hablaba lento y a la vez seguro-. Y de momento solo veo beneficios para los norteños.

Alcé una ceja, algo incrédula. Desde luego aquello no sería fácil.

-¿Beneficios? ¿De qué beneficios estás hablando?

-Dahlia, no tenemos ningún rehén norteño para asegurar que la guerra no estalle de forma inminente. Los saqueos norteños son cada vez más frecuentes en nuestras tierras, y mejor no hablemos del pasado.

-El pasado no importa -aseguré-, quizá les importa a nuestras familias pero por esto mismo hemos llegado a una situación insostenible. Estoy cansada de hablar de muertos y tiempos pasados. No tenéis ningún rehén, pero nosotros tenemos a Adam porque deseó quedarse, rehusó de vuestro Dios. Los saqueos de los norteños más salvajes son cada vez más comunes en tu tierra porque dejasteis de pagar vuestro tributo anual. ¿Crees que no cuesta mantenerlos alejados de vosotros? A los norteños no los puedes agasajar con castigos divinos, tienen que haber tierras y riquezas de por medio. Si crees que estáis en desventaja y que os debemos algo, será mejor que os marchéis por donde habéis venido.

Mis palabras habían ido endureciéndose conforme iba hablando, y el tono de mi voz había ido cambiando. Dejé ver por unos segundos la rabia que sentía dentro, el calor que me consumía por dentro. Y debido a la mirada que Markus me ofrecía, podías deducir que verme perder los papeles le complacía. Entonces escuché una voz aguda y algo molesta dirigirse a mí desde el otro lado de la mesa. Miré a Eliza, pequeña y corriente, casi imperceptible.

-¿Qué propones entonces?

Clavé mi mirada en ella, incluso algo sorprendida porque se hubiese dirigido a mí con tanta seguridad.

-Que mováis a vuestra gente de mis tierras. No os queremos aquí, no queremos saber nada de vuestro Dios ni vuestras costumbres -miré la mantilla que escondía su pelo y sus ropajes austeros y nada reveladores-. ¿Qué propones tú? Dado que pronto seréis la reina ¿no? Quiero escuchar tus ideas. ¿Allí también dejan que las mujeres accedan a los libros y a la educación? ¿O quedáis relegadas al hogar y la crianza?

Una predicción maldita 2 |EN PROCESO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora