Different eyes

99 11 0
                                    

Amaba mi trabajo, me gustaba como me hacía sentir, pero debo admitir que era muy agotador. Pasaba horas y horas viendo a diferentes personas con distintos problemas. Cuando no veía personas, me encontraba realizando informes médicos, y cuando no hacía informes, entonces podía ir a casa a descansar un par de horas.

Era díficil, pues apenas veía a mi esposa.

Su nombre es Perrie. Nos conocimos cuando estábamos en la universidad; yo estudiaba medicina y ella pedagogía en literatura. Son carreras completamente opuestas, pero llegamos a coincidir en una clase.

Como la mayoría de las historias de amor, comenzamos siendo amigas, hasta que nos dimos cuenta de que estábamos enamoradas y ahí comenzó nuestra aventura.

Nos veíamos bastante seguido en ese entonces, era complicado debido al estudio y horarios de clases, pero hacíamos lo posible por juntarnos al menos cuatro veces a la semana.

Ella se graduó cinco años antes que yo, pues no solo estudié medicina, también me especialicé en psiquiatría. En total fueron 10 años de formación.

Nos mudamos juntas luego de unos meses de su graduación, cuando ella ya había conseguido un empleo. Yo igual trabajaba, pero solo medio tiempo pues debía seguir estudiando.

Nuestro primer departamento era muy pequeño, pero lo amaba. Realmente se sentía como un hogar.

Cuando me gradué y comencé a ejercer como psiquiatra, le pedí matrimonio. Llevábamos 6 años como novias, así que sentí que ya era momento de dar el siguiente paso. Fue una boda simple, con algunos amigos y muy pocos familiares. Hasta el día de hoy lo recuerdo como el momento más feliz de mi vida.

Llevábamos un año casadas y ya teníamos dinero suficiente para comprar una casa más amplia, así que lo hicimos. No voy a mentir, extrañaba nuestro pequeño departamento, pero también amaba esa casa.

En fin, a medida que pasaba el tiempo, mis turnos en la clínica se extendían y eran más seguidos. Cada vez tenía más pacientes, por ende, más trabajo que hacer.

No me malinterpreten, amaba mi trabajo, pero estaba agotada.

Veía a mi esposa un par de horas en la noche y luego nos íbamos a dormir, pues ambas estábamos cansadas siempre. Podía notar que las cosas se estaban enfríando entre nosotras, pero no le di mucha importancia, y ese fue el error más grande que cometí en toda mi vida.

Recuerdo que una noche me quedé en la clínica más tiempo de lo que había planeado. Sin darme cuenta, ya eran las tres de las madrugada y yo seguía inmersa frente a la pantalla de mi ordenador haciendo unos informes. Cuando vi la hora decidí que ya era suficiente.

Llegué a casa y entré cautelosamente, esperando no despertar a Perrie. Dejé mis cosas en la entrada y me dirigí a la cocina para tomar una aspirina, pues tenía una migraña horrible.

Casi me da un infarto al ver a mi esposa ahí, sentada en la oscuridad en una butaca frente al mesón.

- ¡Dios mío, Perrie! - exclamé llevando una de mis manos a mi pecho. - Me asustaste - dije mientras encendía las luces.

Ella cerró los ojos con su ceño fruncido debido a la intensidad de la luz. Miré su rostro y pude notar que estaba cansada debido a sus ojeras, pero había algo más, algo que no pude decifrar de inmediato.

- ¿Qué haces acá? - pregunté sirviendome un vaso de agua.

- No podía dormir - murmuró - ¿Por qué llegas tan tarde? - preguntó, pero no se oyó como si estuviera molesta, más bien se veía preocupada.

Me quedé observando su rostro durante unos segundos y vi que su nariz se encontraba roja. Eso significaba que había estado llorando.

- ¿Qué te ocurrió? ¿Por qué llorabas? - me acerqué preocupada a examinarla. Ella se apartó bruscamente de mi tacto.

Jerrie Thirlwards//One shotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora