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"Osamu, ¿cómo te encuentras hoy?"

"Igual que ayer y peor que mañana."

Ambos seres sobrenaturales se encontraban hablando de manera tranquila en la sala de estar del departamento que compartían.

Eran alrededor de las seis de la tarde y el sol apenas comenzaba a ocultarse, lo que significa que pronto saldrían.

Han transcurrido dos semanas desde que el castaño fue convertido en un vampiro y tuvo que mudarse con el ojiazul. Bueno, más bien fue obligado a quedarse con él.

"Ya podrías cambiar esa actitud de amargado, eh." Sugirió el mayor con evidente molestia. "Es cansado que estés igual todos los días."

"¡Perdón por no ser feliz siendo un monstruo!" Exclamó con sarcasmo cruzándose de brazos.

Nakahara se quedó en su lugar en el sofá, soltó un largo suspiro. Tener esas discusiones ya era algo a lo que estaba acostumbrado, era la quinta vez que sucedía en ese día.

Durante unos minutos estuvieron en completo silencio hasta que el pelirrojo dirigió su mirada hacia el contrario, justo a su lado.

"¿Tanto te molesta...?"

"Sí."

"¿Por qué?"

"Pfft. A nadie le agrada que de un día para otro deba dejar su vida atrás. Además, ¡hiciste inmortal a un suicida!"

Cierto. Esa era la mayor molestia del de mirada café. Toda su vida se la había pasado buscando la muerte, pero vino un estúpido chupa sangre a condenarlo por la eternidad.

El otro bufó en respuesta y en un abrir y cerrar de ojos se colocó a horcajadas sobre el de vendas.

"¿En serio te desagrada la idea de estar conmigo para siempre?" Juguetón susurró cerca de su oreja, pasando sus brazos alrededor del cuello impropio y moviendo un poco las caderas sobre la entrepierna debajo suyo fingiendo acomodarse. "En vez de pelear podríamos divertirnos un poco, Osamu."

Claramente el menor estaba que se moría de nervios. No negaría que sentía una pequeña atracción hacia aquel enano desde que lo había conocido, pero tenerlo encima era algo que sobrepasaba su cordura.

"Para tu información, petit, no me van los hombres..." Murmuró tratando de quitarlo, aunque a decir verdad no puso mucha fuerza en sus acciones. El contrario lo notó y por ello soltó una risa. "Anda, quítate de encima."

"Venga, sólo déjate llevar." Se separó un poco para hacer contacto visual y esbozó una coqueta sonrisa. "Déjame mimarte un poco."

Y sin mediar más palabras, el de cabellera color atardecer, acortó la distancia entre ambos en busca de los labios rosados y finos que tanto se le antojaban.

Fue un beso dulce, suave e incluso delicado que el castaño, a pesar de sus anteriores palabras, correspondió cerrando los ojos y llevando sus manos a las caderas del de menor estatura.

Por algunos minutos sólo se dedicaron a besarse con suma delicadeza y lentitud, tratando de memorizar aquel momento tan íntimo entre ellos. El plan del ojiazul era tentar al adverso hasta que fuera él mismo quien buscase el afecto, cosa nada complicada porque era el "creador" del castaño y, por lo tanto, podía inducirlo a realizar ciertas cosas.

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