La llaga

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Tengo una llaga en el corazón que no se cura. Cada día que me levanto veo a una chica diferente en el espejo: la niña, la chica, pero pocas veces veo a la mujer en la que se supone que me estoy convirtiendo. A veces pienso que soy libre, pero otras me veo con una enorme soga en el pie que me ata a una mesa muy baja para escribir o recostarme. Me duele la espalda de esta posición pero si me levanto no pararé de caminar hasta que me tope con otra silla igual de incómoda en la que me vuelva a sentar.

Tengo una llaga en el corazón que no debería estar aquí, debería estar en otro lado, pero la manta que me cubre de los hombros a los pies no deja hueco para aliviarme. Soy muy joven y estoy cansada de perseguir una sombra. Ya no queda apenas resentimiento, apenas quedan ganas de discutir. Solamente ver como todos estamos delante de un festín, y yo tengo una enorme careta con la que fingir.

¿Lo peor?

Fui yo la que se quedó

La que se queda, la que no pone límites, la que cuenta con las manos y la que da consejos de cómo liberarse de la soga al tobillo (dando gracias de que no esté amarrada del cuello)

Soy yo la que se calla por miedo al pensamiento intrusivo, la que sabe que tienen razón, la que hoy no duerme y por eso escribe. Es esta noche donde no dormiré porque apenas tengo ganas, pensando en todo lo que depende de lo que haga. Las decisiones, los actos, las palabras, la rebeldía, las consecuencias, la amargura, la mirada.

Tengo una llaga, escuece, duele y siento la lágrima amarga rodar por mi cara.

Soy prescindible, pero ¿Cuánto duele mi ausencia?

Gritos atragantadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora