10. Tíbet (Shambhala)

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"En aquellos días de guerra y rumores de guerra ¿Alguna vez soñaste con un lugar donde hubiera paz y seguridad, donde la vida no constituya una lucha, sino un gozo vivo?(1)"
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Recordaba las primeras líneas de un libro que Aioros les leía cuando eran apenas aspirantes a caballeros. En su tiempo, gracias a la posterior instrucción de su maestro, lo consideró más como un conjunto de sueños y esperanzas a los cuales aspirar.
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Sin embargo, el aroma a sándalo de los alrededores, el abanico de matices proporcionado por los árboles y las flores, la simetría entre los 108 pétalos (2) que daban forma a la capital, el viento meciendo sus hebras lilaceas, entre otras tantas sensaciones, daban constancia que no se trataba de un producto de su imaginación... Incluso el nombre de la capital, Shambhala, coincidía con el de esa mítica tierra pura descrita en algunos de los thangkas (3) que tapizaban el emblemático Palacio de Potala (4) en el Tíbet.
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Un suspiro nostálgico brotó de su pecho y corazón al saberse tan cerca y a la vez tan lejos de Jamir, de la pequeña torre en medio de las siempre nevadas montañas del Himalaya. A pesar de los avances tecnológicos de este lugar, los habitantes llevaban una vida pacífica entre las tareas cotidianas y las enseñanzas de Kalachackra (5). Además, el tiempo parecía transcurrir de otra manera, pues la gente no lucía para nada envejecida, a diferencia del Tíbet, donde la altura y la exposición prolongada a los rayos ultravioleta hacían sus estragos en la tez de sus habitantes (6).
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-Ya es hora de irnos, Majestad -Driti, la Primera Oficial de su guardia personal, lo sacaba de sus cavilaciones- Por hoy hemos terminado el recorrido.

-¿A dónde vamos ahora? -inquirió, con la curiosidad propia de un niño de cinco años.

-Iremos a la Biblioteca Central. Le mostraré unos informes detallados de lo que ha ocurrido aquí en su ausencia.

-¿Eso incluye a mi... la familia Real? -titubeo. Aún no se sentía lo suficientemente identificado con la realeza.

-Así es.
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Con su técnica, la mujer lo transportó frente a una gran puerta con elaborados detalles tallados. Un rayo de luz verde escaneó su ojo izquierdo, e inmediatamente se abrió. La peliazul tomó su mano y lo dirigió a un pasillo donde había algunos pergaminos. Tomó uno y lo desenrolló en una mesa cercana. Driti le dio instrucciones para leerlo. Básicamente decía que, el día de su nacimiento, fue raptado por un espectro de Hades que se infiltró entre los médicos y las parteras del palacio, probablemente ayudado por Pandora. Posterior a eso, la guardia personal del recién nacido le cazó y dió muerte, pero el bebé ya no estaba. Después de años de búsqueda en el exterior, se dieron por vencidos y volvieron a casa.
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-¿Pandora? -inquirió el joven- Eso significa...

-Sí, su Alteza. Su advenimiento fue unos años antes que el de la diosa Athena de esta era.
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Siguió leyendo, probablemente una lista de personas. Según Driti, fueron exiliados por jurarle lealtad a Athena, en lugar de volver a su nación al concluir sus respectivas Guerras Santas.
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-¿Shion? -murmuró, reconociendo el nombre .

-¡¿Lo conoce?! -la pregunta de la peliazul no le auguraba nada bueno. Los iracundos ojos azules se lo estaban advirtiendo.

-Él me rescató de un príncipe que quería casarse conmigo por la fuerza -a pesar de la advertencia, algo en esa mujer le impedía mentir-, me crió un tiempo en el Tíbet y luego me entrenó en el santuario de la diosa Athena para ser el caballero de Aries... Fue como un padre para mí.
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Driti, con expresión rígida y ojos llameantes de ira, tiró de su mano y lo llevó casi a rastras a otro pasillo más apartado, sin importarle que la gente pacífica le mirara, completamente anonadada por el trato que le estaba dando al mismo príncipe Mu.

-De antemano le advierto que no le gustará lo que verá -espetó, sin voltearlo a ver-, pero es necesario que lo sepa antes de que sea demasiado tarde...

-¿Tarde? ¿Para qué? -el joven no comprendía nada.

-Para terminar con el ciclo de Guerras Santas.
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*Notas de autor en los primeros comentarios.

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