Mini Historias

Plumero

Hoy hace un mes que trabajo en la casa de los D'angelo. En ocasiones siento que los pulmones me van a estallar, porque si bien soy muy resuelta y estoy perfectamente sana, una mansión de casi 200 años con 50 habitaciones no se limpia, lo que se dice, "rápido".

Obviamente hay más empleados, pero a cada uno de nosotros nos corresponde un pasillo, y eso incluye las 5 habitaciones que se encuentren en el mismo.

No repetimos pasillo ninguna semana. Tengo la sensación de que es porque mis jefes, no quieren darnos la oportunidad de memorizar o registrar nada. Son buenos, pero no debemos olvidar que son lo mejor dentro de un mundo de ratas, llamado mafia.

—¿Piensas quedarte embobada todo el día? — Pregunta Isabella, una de mis compañeras.

—No...Yo solo... — Honestamente, ni siquiera se que responder. Estaba limpiando el polvo y vi ese cuadro que me ha dejado sin aliento. —¿No te parece...majestuoso?

—¿Majestuoso? — Me mira como si de repente, me hubieran salido 3 cabezas.

La verdad es que a lo mejor es un cuadro normal, pero ha captado mi atención. Puede que no por lo que se vea, sino por lo que es capaz de transmitir. En este se observa el retrato de una mujer bellísima, juraría que su ropa es de principios del siglo XVIII. La muchacha lleva un precioso vestido de color lavanda, que acentúa el castaño de su cabello. Sus ojos son de un intenso verde esmeralda, y su postura derrocha confianza, poder y altanería. Sin embargo, no hablo de una altanería que acarree consecuencias catastróficas; hablo del tipo de carácter que, seguramente, para la época, haría que más de un hombre se lo pensara dos veces antes de meterse con ella o intentar imponer su santa voluntad. Ella tenía poder, no cabe duda, ella era el poder. ¿Quién sería?

—Daría lo que fuera por parecerme un poco a tí. — Confesé en un leve susurro mientras no apartaba mis ojos café del cuadro.

—¿Dijiste algo, Carina? — Comenta mi compañera mientras sigue limpiando los suelos.

—No, nada en absoluto. — Prefiero evitar la charla. A nadie le gusta cuando hablo de más, y lo suelo hacer mucho.

—Bueno, esto de aquí ya está. — Veo como acomoda la fregona y el cubo en el cuarto de mantenimiento de esta planta.

Miro la hora y me doy cuenta de que son casi las 11 de la noche.

A Isabella la viene a recoger Sam, su novio, y por lo general puedo ir con ellos. Pero todavía me queda limpiar el polvo de la habitación más grande de la planta. No tengo escapatoria, y si alguno de mis jefes se llegara a enterar de que no limpio como es debido, me pondrían de patitas en la calle.

—¿Qué vas a hacer Rina? — Cuestiona ella. —¿Quieres que espere por tí?

—Sabes que no me puedo ir hasta que todo esté tan limpio como la patena.

—Bueno, como lo veas cielo. — Ella se despide y antes de bajar las escaleras me insiste para que la avise cuando llegue a casa.

Sinceramente, no me hace ningún tipo de gracia tener que irme sola, pero no puedo tentar a la suerte. De vez en cuando se nos olvida a todos los que trabajamos aquí, pero trabajamos para asesinos. En el fondo, es lo que son.

Mientras pienso en lo mucho que me gustaría estar en mi casa viendo una buena película de miedo junto a una buena taza de chocolate, me dispongo a coger el plumero y a adentrarme a la habitación más grande de la planta. Nunca había entrado en esta sala. La verdad es que nunca me había tocado limpiarla.

No suelo ser una persona miedosa, pero debo reconocer que estar sola en esta jodida planta de la mansión, a las 11 de la noche, y con todo a oscuras, no ayuda. Ayuda menos que esta habitación ni siquiera suele ser utilizada; es más, me atrevería a decir que es la única habitación que jamás han tocado. El mobiliario del que dispone es antiguo, y está cubierto por unas lonas blancas. Así que supongo que este dormitorio puede datar perfectamente del siglo XVIII.