Prólogo.

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Lucerys soñaba a diario. Cada día cuando su cabeza tocaba la dura superficie de su rasposa almohada, soñaba. Se hundía en un mundo distinto, donde era un príncipe y tenía a su dragón. Y hermanos. Y familia. Y era alguien.

Lucerys soñaba todos los días sin falta. Con su dragón. Con Jace. Con su madre acariciando suavemente su mejilla. Con Joffrey. Con Daemon enseñándole a pelear, dándole cumplidos y alabando su corazón. Con Aegon. Con sus tíos, que más que tíos los consideraba hermanos. Con Viserys. Con su abuelo. Incluso con ser Harwin Strong, a quien le habían prohibido mencionar.

Con Aemond, a quien nunca pudo pedirle perdón correctamente por la atrocidad a la que lo expuso.

Soñaba tanto con las nubes. Con el viento golpeando su rostro mientras Arrax rugía. Soñaba con una tormenta. Y el miedo comprimiendo su corazón cuando una sombra se cernía sobre él y su amigo.

Soñaba con alguien gritándole.

Soñaba con una tranquilidad interrumpida.

Un: "¡No, Vaghar!".

Luego todo se oscurecía, un dolor insoportable se adueñaba de su cuerpo y despertaba solo para exclamar de dolor. Sollozaba por su familia, el dolor al recordar el cuerpo destrozado de su mejor amigo llenaba su corazón. Lloraba hasta la inconsciencia, y luego sabría que incluso después de ella.

Entonces soñaba otra vez. Siempre con su familia. Con su dragón. Con su vida. Eran un anestésico para su dolor, un pequeño abrazo cálido.

Entonces un día despertó, pero ya no sabía por qué estaba tan triste. Y cuando volvió a dormir, no soñó, y si lo hizo, no lo recordaría en la mañana.

Porque ya no tenía memoria.

Memorias [Lucemond] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora