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Tzuyu se pasó la mitad del día siguiente deambulando por la casa casi sin darse cuenta de los pinchazos que le recorrían la pierna.

Como ella misma había previsto, habían abierto las carreteras y Sana se había marchado a eso de las dos de la tarde. No tenía la menor intención de darle importancia a lo que sentía, solo le daba lástima que Sullyoon y ella se hubieran ido.

Eso sí, ella había pagado su deuda con creces.

Debería haberse sentido aliviada porque ya no estuvieran allí, al fin y al cabo habían interrumpido su vida y su tranquilidad. Sin embargo, lo que había sentido cuando el doctor Han había asegurado que madre e hija estaban en perfectas condiciones no había tenido nada que ver con el alivio. Era más bien preocupación.

Y ahora allí estaba, en un despacho inundado de papeles, con multitud de trabajo por hacer y sin poder centrar sus pensamientos en eso. Tenía que terminar el software que ya le había vendido a aquella empresa de Busan y que, hasta el momento, era el mayor proyecto que había acometido en su vida.

Solo seis semanas para hacerlo y no podía concentrarse ni un minuto.

No había podido quitarse aquel beso de la cabeza, ni el beso ni la enorme necesidad de sentir a Sana cerca de ella. Y no quería ni pensar en cuánto iba a echarlas de menos cuando fuera al dormitorio aquella noche.

¿Cómo iba a concentrarse sin saber si Sullyoon y Sana se encontraban bien? ¿Qué ocurriría si había otra tormenta mientras la morena todavía estaba limpiando el local de la tienda? ¿Qué pasaría si la cuadrilla de limpieza no conseguía llegar para ayudarla? Jamás se perdonaría no haber estado allí para protegerlas si algo les ocurriera.

Salió del despacho y se metió en el ascensor convenciéndose de que lo mejor era que fuera a comprobar que estaban bien. Les llevaría un teléfono para que pudieran ponerse en contacto con ella siempre que la necesitaran.

Después se quedaría más relajada y podría trabajar.

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Al menos no hacía frío, pensó Sana mientras observaba lo sucia que estaba la casa. Iba a tardar al menos una semana en poner en orden todo aquello, y durante ese tiempo no tenían otro sitio donde quedarse porque el hotel estaba lleno.

No se le había ocurrido que el apartamento se encontrara en tal estado. Lo único que había pensado era que necesitaba alejarse de la persona que hacía que le temblaran las rodillas y que el corazón se le llenara de deseo. Quizá no era razón suficiente para salir corriendo, pero eso era exactamente lo que había hecho.

El doctor Han la había llevado al cementerio a ver la tumba de su padre, después a la tienda a proveerse de todo lo necesario y más tarde al apartamento. El pobre hombre no le había podido ofrecer otro sitio donde quedarse porque tenía una paciente en casa recuperándose de una caída. Sana le había asegurado que no tenía por qué preocuparse puesto que varios amigos habían puesto sus casas a su disposición. Pero le había mentido.

Lo cierto era que todavía no había llamado a ninguno de sus viejos amigos de Incheon porque no se encontraba con fuerzas de ponerse a explicar todo lo sucedido en el pasado.

Cuando se mudó a Ansan, sus amigos la habían estado llamando durante meses, pero Suho había sido muy tajante al afirmar que debía cortar todos los lazos con el pasado. Entonces ella no se había preocupado porque su marido fuera tan controlador, solo había deseado que su matrimonio funcionara y se había esforzado por convencerse a sí misma que lo que él quería era empezar una nueva vida con ella. Pero el sueño no había tardado en desvanecerse.

After The Storm | SatzuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora