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La misma carretera, el mismo coche, el mismo conductor y la misma pasajera. Pero esa vez no había nieve.

Tzuyu iba mirando por la ventanilla del coche con la esperanza de ver a Sana a un lado de la carretera, pero no estaba allí. Seguramente estaría encantada en su pastelería deleitando a la ciudad entera con sus creaciones.

Habían pasado dos semanas durante las cuales había intentado dejar de pensar en ella y en Sullyoon. Claro que los continuos comentarios de Seokkyu sobre lo bien que le iba con el nuevo negocio no le habían ayudado mucho. Por supuesto que se alegraba de que todo le estuviera saliendo bien, pero eso no hacía más que recordarle lo vacía que se había quedado la casa... y lo vacía que se había quedado también ella.

A la semana de que se hubieran marchado, había hecho las maletas y se había ido a Busan con la esperanza de que eso le hiciera olvidar la agonía durante al menos unos días. Desgraciadamente, el director de Micronics, la empresa a la que le había vendido su proyecto, había insistido en llevarla a hacer turismo.

Allá donde fueron, desde el océano hasta las montañas, todo lo que vio la hizo desear aún con más fuerza que Sana y Sullyoon estuvieran allí con ella. Había llegado a sentir celos de los habitantes de Incheon, porque ahora eran ellos los que disfrutaban de la maravillosa presencia que le había alegrado la vida a ella durante casi un mes.

Se recostó sobre el asiento de cuero del coche y sintió rabia. Echaba de menos su risa y su costumbre de discutir con ella por todo y por nada. Hasta añoraba sus interrupciones cuando subía a verla al despacho cada diez minutos. Y el recuerdo de Sana sobre su escritorio...

Había sido incapaz de trabajar desde aquella noche y sin embargo seguía teniendo la esperanza de que pronto conseguiría quitarse a Sana de la cabeza, tenía que hacerlo. Quizá cuando la viera en solo unos minutos para agradecerle su maravillosa contribución al proyecto, a lo mejor entonces se daría cuenta de que el hechizo por fin había desaparecido.

No, en realidad sabía que eso era del todo imposible. De hecho, solo con aproximarse a la pastelería el corazón empezó a latirle con una aceleración inusitada. Lo primero que vio al bajarse del coche fue un cartel en el que se rogaba silencio porque había un bebé durmiendo.

¡Dios, añoraba todo lo relacionado con ellas!

Abrió la puerta con sigilo y enseguida le llegó el delicioso aroma del chocolate y las frutas. Al otro lado del mostrador se encontraba la mujer más bella del mundo, con su pelo oscuro recogido, las mejillas algo sonrojadas y un delantal blanco. Estaba atendiendo a la vieja señora Kim.

-Con esto son dos dulces de caramelo, cuatro delicias de frambuesa, siete diamantes negros y una bomba de nata, ¿correcto?

-Sí, creo que Jung y yo tendremos suficiente hasta el lunes -respondió la mujer sonriente.

-¿Cuatro días? -respondió Sana levantando la barbilla como si realmente estuviera calculando- No sé, no sé -siguió bromeando mientras le ponía otras dos bombas de nata. -Estas son a cuenta de la casa.

-Gracias, querida -en ese momento la señora Kim se volvió hacia la puerta y vio a Tzuyu- No sabría decirte si es un ángel o un demonio -dijo con una risilla traviesa.

-A mí misma me cuesta saberlo -respondió Tzuyu al tiempo que se aproximaba al mostrador.

Los ojos de Sana se llenaron de sorpresa.

Seguramente se preguntaba qué estaba haciendo allí, y lo cierto era que en ese momento ni siquiera ella lo recordaba. Lo único que quería hacer era estrecharla entre sus brazos y darle un beso en los labios.

After The Storm | SatzuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora