Vestimentas doradas

2.2K 242 85
                                    

La mañana comenzó tranquila, ambos se dirigieron a desayunar en la sala principal, la tensión ruda entre las familias se sintió a tope pero Lucerys y Aemond tenían otro tipo de tensión.

 Tenían planes para el día, sabían que no se iban a poder ver durante algunas horas por eso las miradas se sentían tan penetrantes, cuando sus ojos se encontraban sólo recordaba en lo que había pasado la noche pasada. Aemond sonriendo porque sabía que le había dado a su Omega una probada de lo que había deseado toda su vida así logrando que un pequeño rastro de su olor se había quedado impregnado en el cuerpo del menor, era ligero pero ahí estaba.

Se sentía esa coquetería, que tenían ese pequeño secreto y se sentía tanto que hasta los hermanos de ambos lo habían comenzado a sentir, como si hubieran dado cuenta que habían pecado antes y era verdad, no habían aguantado ni dos semanas para la boda. Toda esa la atención y deseo que se tenían entre ambos, llevó a los Lucerys a provocar buscar un poco más a su tío favorito, por ello con mucho cuidado se sacó la bota del cuero que había decidido ponerse ese día y dejando su pie desnudo comenzó acariciar la pierna del mayor, con cierta sensualidad en el toque subiendo desde los tobillos hasta la rodilla, deslizando sus dedos suavemente sobre la ropa del mayor. Aemond inmediatamente supo lo que estaba haciendo, su cuerpo se tensó inmediatamente y detuvo el pie que no parecía haber pasado por guerras y por luchas, alcanzó a sostenerlo antes de qué llegara a su entrepierna, acaricio desde el talón hasta la punta de los dedos provocando también ligeramente a su sobrino, era sumamente peligroso hacer eso a la hora del desayuno con todas las familias rodeándolos pero simplemente no se pueden mantener alejados el uno del otro.

La atracción, el deseo y la necesidad de estar pegados, de dormir en la misma cama, desayunar mirándose simplemente necesitaba pero aún no lo pueden hacer, lo cual los tenia a ambos desesperados, debían esperara hasta regresar a donde el menor sería regente, Aemond pensó ligeramente en las islas apartadas de tanta guerra. Pensándolo bien no era un castigo para el, imaginaba a Lucerys en las playas con la brisa del mar oliendo a vainilla, despertar con el sonido de las olas de los puertos, se broncearía con el sol del mar navegando en tiempos alejados de los conflictos familiares sobre el mar, es una idea perfecta siendo también que su prometido era perfecto. Sutilmente soltó su pie dandole una palmada y un cariñoso apretón.

Después de terminar su desayuno, tenían que tomar caminos separados, pero antes de encaminarse a sus tareas diarias, se tomaron unos momentos a solas para rozar levemente sus manos y mirarse con cierta ternura, quien lo diría, el poderoso One Eye Targeryan tenía un corazón débil para su sobrino, adoraba como caían sus rizos por la mañana y desearía menter su nariz entre ellos para absorber la mayor cantidad de aroma de su omega, ese delicioso pastel recién horneado, a sabiendas que los observaban, pasó una mano ligera por su rostros y decidió dejar un pequeño beso en los labios jóvenes, tan pequeño que apenas se sintió el roce de sus pieles, pero con ello era suficiente, ya que sabia que probablemente por la noche se volverían a encontrar. El omega quedó completamente desprotegido ante ese movimiento tan amoroso por parte de su compañero, desde que tenía 6 años había sentido esa atracción, ese deseo de estar siempre a su lado, por ello de pequeños dormían juntos cuando tenían pesadillas o se acompañaban en los entrenamientos.

Hasta que ese fatídico día llegó, siempre quiso explicarle que nunca había querido hacerle daño, ni dañar su dignidad, ni siquiera su cuerpo pero de cierta forma, ese ojo de zafiro le daba cierta personalidad dura. Sabía que tenía que retirarse rápido, tenía varios pendientes que realizar, entre ellos acuerdos para su abuelo Corlys, con los cuales su pueblo podría obtener más beneficios que solo el matrimonio con un verde. Antes de romper esa aura de pequeña luna de miel previa, decidió darle un beso en la mejilla, justo donde termina la cicatriz, como un pequeño mensaje que realmente no le importaba la marca. Fue un beso coqueto, también una promesa silenciosa a que se volverían a encontrar.

Amor de Dragones | Lucemond Donde viven las historias. Descúbrelo ahora