Capítulo 4: Historias tristes

463 79 61
                                    

—¡Ha sido una estupidez y me da igual lo que pienses! —grité.

—Gracias a ella en vez de perder dos mochilas cargadas de comida, sólo hemos perdido una. —contestó mi padre. —Deberías darle las gracias.

—Habíamos retrocedido, estábamos a punto de escapar casi intactos y ella volvió a la puerta. —me defendí. —¡Podría haber pasado algo!

—¡Pero no ha pasado, joder, Quinn! —exclamó mi hermana. —Esta chica ni siquiera ha visto a nuestra gente muriéndose del hambre y aún así se ha sacrificado por esa mochila sabiendo que podría morir en el intento.

—Papá, como líder y responsable deberías saber que ha sido una idea estúpida. —me puse en pie y miré a Billie, cruzándome de brazos. —Austin estaba herido, los tipos armados estaban acercándose y ella ha retrocedido. ¡Podríamos haber muerto de un disparo mientras tratábamos de defenderla!

—¡Ya está bien! —mi padre se puso en pie, enfurecido. —Te estás comportando como una cría.

—Os podéis ir a la mierda. —solté. —De no ser por esta cría, toda esa comida no estaría en las mochilas. De no ser porque me escapé para hacer una misión por mi cuenta, jamás habríamos encontrado esa fábrica.

Y me fui de la hoguera. Salí de aquella oficina donde volvimos a montar el campamento y caminé hasta el depósito, donde un chico llamado Sam hacía guardia.

—Te relevo, ve a descansar. —le dije.

Él asintió y retrocedió hasta la oficina, que desde esta distancia tan sólo veía cuatro paredes iluminadas por el fuego que había en su centro.

Agarré mi arma y me pasé mirando al frente casi una hora, hasta que escuché pasos acercándose. Vi que era Joy y volví a mirar hacia delante.

—Si vienes a decirme que soy una cría ya puedes volver por donde has venido.

—No, no eres una cría pero sí una borde.

La miré con recelo.

—Tienes todo el derecho del mundo a enfadarte. —dijo. —Te has pasado semanas enteras trazando el plan con papá, repasándolo día y noche para que no se te escapara nada.

—Y todo ha salido según lo planeado hasta que Billie se ha torcido.

—Ha salido todo según lo planeado igualmente. Dentro de esas paredes hay catorce mochilas llenas de comida.

Agaché la cabeza pensando en cómo responderle.

—¿Te crees que todo tiene que suceder al pie de la letra? —continuó. —Freddy a muerto, Quinn, y eso tampoco estaba en el plan.

—Siento mucho... siento que haya tenido que pasar eso. —la miré apenada. —Era buen chico.

—Ha muerto intentando llevar esa mochila a La Cabaña. No pudo hacerlo y Billie terminó su trabajo.

Mi hermana tenía razón. La idea de la rubia había sido arriesgada pero buena. La desconfianza me nublaba y no me dejaba apreciar ese gesto.

—¿Me relevas? Voy a... pedirle disculpas.

—Claro. —sonrió y agarró su pistola.

Camino de vuelta a la oficina me encontré con Billie, que justo salía de allí.

—¿A dónde vas? —pregunté.

—Eh... ¿a mear?

La situación me pareció graciosa, pero aclaré mi garganta y me acerqué a ella.

La paranoia de QuinnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora