Capítulo 11: La hija de Josh

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Dos días sin comer ni beber. Tenía la boca y los labios secos, el cuerpo débil, mucho sueño y muy poca fuerza para moverme. Mis brazos estaban entumecidos por permanecer tantos días atados tras mi espalda y Billie estaba igual. O peor.

—Eh. —la llamé. —Despierta.

Sentada en el suelo y con la cabeza apoyada a los barrotes, abrió sus ojos y me miró. Estaba muy débil.

—¿Sigues conmigo? —pregunté.

—Sí.

No pudimos hablar más. Cuando escuchamos un portazo y pasos acercándose a nosotras, con miedo nos arrastramos hasta la pared del fondo de la celda.

—Aquí están. —dijo Nick.

Venía junto a un hombre alto, de pelo largo canoso que abrió la celda y se adentró en ella.

—¿Estáis mal de la cabeza? ¡Las necesitamos vivas! —le gritó a Nick. —Maldita sea.

Se agachó frente a mí y cortó las cuerdas que sujetaban mis muñecas, después lo repitió con Billie y ambas nos quedamos sentadas en el sitio, observando a ese hombre tan alto.

—Tráeles comida, ¡Ahora! —le ordenó.

Nick salió corriendo obedeciendo la orden de su jefe. Tenía toda la pinta de ser ese tal Richard, el líder.

—¿Quién fue la que mató a mi soldado? —preguntó, acuclillándose frente a nosotras de manera intimidante. —Lo repito por última vez, ¿Quién mató a Jacob?

—Fui yo. —dije rápidamente, agachando la cabeza.

No dijo nada más. Se mantuvo observándonos en silencio hasta que Nick volvió con dos platos de comida, agua y un poco de pan.

—Bien. —Richard se puso en pie, nos acercó la comida dejándola en el suelo.

Mi estómago se retorció de hambre cuando olí ese caldo. Billie miraba su plato fijamente, pero ninguna de las dos se acercaba.

—¿Cómo te llamas? —preguntó mirándome a mi.

El hombre se rio cuando no obtuvo más que silencio.

—Bueno... Siguiente pregunta entonces. —dijo. —¿De dónde venís? —silencio también. —¿Quién es vuestra gente? —nada. —¿Cuántos sois?

Al darse cuenta de que ninguna de las dos tenía intenciones de hablar, suspiró y dio un paso hacia delante.

—Me sabe mal, pero si no colaboráis...

Las dos nos pegamos a la pared con miedo cuando Richard pateó los platos rebosantes de comida. Pisoteó el pan y tiró el agua de los vasos al suelo.

Me quería morir. No podía más.

—Vámonos Nick. Mañana seguiremos intentándolo. —ordenó, retrocediendo y cerrando la celda.

Me fijé en el llavero que se metió en el bolsillo trasero. Estaba repleto de llaves y tenía una pegatina verde.

Ambos hombres nos miraron desde el otro lado esperando a ver si matarnos de hambre servía para hacernos hablar. Al no escuchar ni una palabra de nuestra parte, se retiraron con cierta indignación. En cuanto nos quedamos a solas nos lanzamos a por aquella sopa en el suelo, que aunque estaba sucio nos importó muy poco. Estábamos hambrientas, sedientas y a punto de morir. Era eso o nada.

No pudimos salvar ni un cuarto de aquel plato. Estábamos en las mismas condiciones.

—Me muero de frio. —dijo desde la otra punta de la celda. —No me siento las manos ni las piernas.

La paranoia de QuinnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora