Capítulo 20: Te lo prometo, mamá.

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Habíamos perdido La Cabaña.

Casi todo se quemó en el ataque; la muralla, las casetas donde almacenábamos la comida, todas nuestras pertenencias... No pudimos salvar gran cosa.

Todos los supervivientes incluidos la gente que vino junto a Richard nos pusimos en marcha hacia donde estaban los demás. Llegamos un día y medio después y aquella escena me partió el corazón.

Estaban asustados, hambrientos y pasando frio.

Nos pusimos de acuerdo y acordamos que ese pequeño pueblo sería nuestro nuevo hogar. Un lugar donde empezar de cero todos juntos. Había mucho trabajo... Mientras que la muralla estaba construyéndose las noches eran terroríficas. Cada criatura que aparecía por allí podría acabar con alguno de nosotros si no nos encerrábamos a tiempo en las casas, y el pueblo quedaba desierto todas esas horas.

A primera hora de la mañana nos poníamos a construir la muralla mientras que los más expertos en la cacería salían para traernos la comida. Cerca de doscientas personas estaban bajo nuestra protección, incluso los niños se ofrecieron en ayudar a los más mayores en lo que hiciera falta.

La construcción de El Pueblo fue claramente una lección vida. Ahí nos dimos cuenta de que todos y cada uno de nosotros estaba para ayudar, para proteger y para cuidar de los demás. Cada vida contaba. Nos dimos cuenta de que después del fin del mundo, nosotros podríamos construir un pueblo para que la humanidad persistiera. Al menos en esa pequeña parte del mundo.

Aunque yo estaba completamente metida en el trabajo y me dejaba la piel para que todo avanzara, había algo que no me dejaba dormir por las noches.

Toda esa gente a la que maté se me aparecía en sueños y me recordaba una y otra vez que soy una asesina. Maté a los hombres de Nick y maté a Sam, un chico asustado que fue capturado y que sólo quería vivir.

Y yo creí que matándolo el dolor al recordar la muerte de Noah y Alec se nublaría. Pero no fue así. No me sirvió de nada.

—Quieta, no te muevas. —susurró Billie a mi lado. —Mira, ¿lo ves?

Escondidas entre los arbustos, ella me señaló el supuesto conejo al que quería cazar.

—No veo nada. —dije en el mismo tono.

—Sí, justo ahí.

Me acerqué más a ella para ver si desde su perspectiva vería al conejo.

—¿Donde? —pregunté.

—¡Aquí!

Gritó y se abalanzó sobre mi dándome un susto de muerte.

—Para, ¡para! —grité mientras me reía porque no paraba de hacerme cosquillas. —Billie, que me ahogo. —reía. —Vale, ¡vale!

Ella comenzó a reírse y dejó de hacerme cosquillas.

—Tenemos que cazar algo... —suspiré. —Ahora hemos asustado a todos los animalillos de nuestro alrededor.

—Siempre estamos trabajando o cocinando... —irguió su cuerpo y quedó sentada sobre mi cintura, mirándome desde arriba. —¿No podemos tener un minuto para nosotras?

Suspiré mientras me deleitaba con su belleza.

—No podemos, no ahora. —dije. —La gente tiene hambre.

—Yo también tengo hambre. —gruñó. —Y mucha.

Entendí el doble sentido de esa frase cuando se agachó para besarme. No tuve más remedio que seguir ese magnífico beso. Estaba atrapada entre ella y la hierba, no podía hacer nada para escapar.

La paranoia de QuinnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora