Libertad

37 7 0
                                    



Si la libertad no existiera, no sentiriamos el remordimiento de nuestros actos.


-Entonces, ¿salías junto a ellas? -preguntó Kurotsuchi como si fuera un interrogatorio.

-Eh, claro que no, no podía, ellas hacían otras cosas, no podía ir por ahí un mocoso como yo -sonrió Deidara.

Estaban echados en la cama de Kurot, Deidara con la cabeza en la cama y el resto del cuerpo en el piso, estaba sentado, Kurot se echó boca abajo de su cama, porque sentía más comodidad.

Después de la larga charla con su abuelo sobre Japón y Corea, se fueron a la habitación de la más joven, Deidara le estaba contando una de sus historias.

-¿Otras cosas como cogerse a hombres? -preguntó burlona.

-No te burles, chica, ellas tenían sus razones -se molestó de verdad ante el comentario de su hermana. La azabache se dió cuenta de aquello y empezó a reírse, Deidara si que las quería-. No era culpa de ellas, tuvieron una vida absolutamente mala y los enfermos millonarios de Tokyo venían acá, como si fuera un barrio rojo... -habló molesto.

-Pero, Dei, eso eran, tú fuiste el único que las quiso -seguía con una sonrisa en el rostro.

-Claro, porque yo escuché cada cosa que decían y las entendía, algunas ni querían estar ahí.

-Alto, espera, cuéntame bien, desde el inicio -interrumpió Kurotsuchi. Deidara asintió y empezó con su monólogo.



Cuando yo era pequeño pasaba por las mismas calles donde tú pasas al ir al instituto, pero tomaba una ruta para no ir por la avenida, me iba entre calle y calle, siempre las veía, incluso si eran las siete de la mañana, salían con sus vestidos ajustados y bien maquilladas.

Te seré sincero, la primera vez que les ví, me asusté, tenía tan solo once años, no era normal ver eso, y el abuelo me decía que jamás pasase por ahí, igual nunca le hice caso.

Un día, lo recuerdo, fue en otoño, cuando pasé y me animé a saludarles. Un simple "¡Buenos días, señoritas!", para después irme, todas ellas me miraron como loco. Claro, ¿quién no?

Ahí inició todo, a veces pasaba por las tardes a hacer mis tareas... pfff, jajaja, de verdad, adoraba a esas chicas.

¿Sabes? Aún recuerdo qué me dijeron algo cuando les enseñé a hacer rosas con papel.

"Eres muy lindo, Dei, cuida esa belleza, cuídala demasiado" -dijo Saori.

"¡No termines como nosotras, eh!" -me reprendió Meri, tenía cabello hasta los hombros, algo ondeado y de color negro, con sus hermosos ojos verdes.

"Por favor, chicas, Dei seguramente se conseguirá un buen hombre millonario sin tener que ser como nosotras" -dijo Ayato, una joven extranjera pelirroja, no tenía nombre, se hacía llamar Ayato por todos y era la favorita de Dei.

"¡Ayato! Yo no haré eso, yo solo quiero estudiar..."

"Bellas artes, si, pequeño, nos lo haz dicho muchas veces" -Saori habló, como si lo remedara al pequeño Dei cuando les contaba sus metas a futuro.

"Nos alegra mucho que sepas qué hacer, Deidi" -Meri le dijo aquello. Le estaba haciendo en ese instante unas trenzas al cabello del rubio.

Ahhh, me sentía afortunado por tenerlas; sabía lo que hacían y aún así las quería demasiado. Siempre intentaban guiarme y darme consejos, eran muy sabias a pesar de tener que sobrevivir a aquellas condiciones tan... crueles y desoladas. Pero no todo duró, tú creciste y el abuelo me prohibió volverme a acercar a ellas. Iba al instituto y las dejé de lado, cuando quise volver, era tarde... ya no estaban.

El mundo se las había comido, ese mismo mundo que las transformó en eso, habían desaparecido y no sabía cómo encontrarlas, y con dudas sobre su bienestar; esa noche me acuerdo que me enfade conmigo mismo por no haberlas ido a visitar, lloré... pero incluso Sasori no sabe de esto, no se lo conté. 

No sé dónde estarán, pero quiero creer que lograron pagar sus deudas y se fueron, que por fin encontraron su  libertad y puedan caminar sin miedo y sin vergüenza. Que alguien por fin las ame como se merece.



-Disculpe, ¿va a pedir algo más...? -un chica de cabello negro preguntó, aquel joven estuvo en la cafetería al rededor de unas dos horas, sólo pedía café -quizás le dejaron plantado-, pensó.

-Lo siento, creo que lo mejor es retirarme -sonrió melancólico, esperaba volver a encontrarse a ese rubio, que por lo menos haya regresado al café, no fue así. 

La mujer asintió y se retiró con la duda de -¿quién pudo haberle dejado plantado al pobre?-, y que haya esperado tanto tiempo para su tardía llegada, eso mostraba paciencia y amor. Se lamentó, pero no era su vida, debía seguir con su trabajo.

Y llorando al fin me dormí
Y entre mis sueños yo me vi, de pie
En la nueva calle
Buscando la puerta del amor
Y yo... ya no sufrí al ver que esa puerta se abre
Hoy siento dentro de mí... el amor

Suspiró agotado, derrotado; tal vez el tener una herida en su corazón le hace tomar decisiones impulsivas, debería regresar a su hotel... suficiente tiene con esos siete cafés que se tomó. ¿Se rendirá? ¿Por qué tanta curiosidad sobre ese rubio? No sabe nada, sólo que trabaja en un café y es de Shinsekai, que por el mero destino terminó ahí...

Eso era, entre todo Japón, todo, eso lo trajo... el mero destino. Sonrió, se estaba sugestionando... se levantó de su asiento. Pasó por la barra, la chica que le atendió se despidió del moreno, que este imito su acto.

Pero antes de salir, en el umbral de la puerta pareció meditar, se acercó a la barra, tomó una servilleta. 

-Disculpe, señorita, ¿tiene un bolígrafo? -la joven le miró curiosa, pero en su bolsillo tenía uno para tomar nota de los pedidos, se lo dio sin dudar; tal vez debió pensarlo un poco más.

El azabache escribió rápidamente en la servilleta, sin tanta presión por miedo a dañarlo, cuando terminó le regresó el bolígrafo a la joven, quien al devolvérselo sonrió, ahora no se sentiría tan mal, supuso.

Antes de que la joven continuara con su trabajo, le pidió que haga algo por él; ¿debería hacerlo? Se preguntó la joven.

-Sé que aquí trabaja un joven rubio de ojos azules, por favor, entreguele esta servilleta -se la entregó, la fémina no se negó y el azabache más relajado se lo agradeció. 

Salió de la cafetería con una gran emoción de que el rubio leyera su petición, ¿no le iría tan mal, no? Le daría insomnio en la noche, eso era lo único que podría estar seguro... 

Una nueva vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora