Capítulo 1
Las caminatas nocturnas se habían vuelto ya una mala costumbre en la vida del menor de la familia Frez, quien a media noche subía desde el sótano, ahora remodelado como su habitación, para escapar de forma muy poco dramática por la puerta de la cocina hacia el exterior. Lo recibían un cielo oscuro estrellado y un patio cercado que cruzaba para dirigirse a la calle del vecindario.
A esas horas de la noche los caminos de concreto, llenos de baches y apenas alumbrados por los faroles, eran su guía hacia algún lugar. Si iba a la carretera principal y se dirigía a la derecha, acabaría llegando al pueblo como en una hora, cuarenta minutos si apuraba el paso; si se iba por la izquierda, y luego de un rato se metía en el primer camino que encontrara, acabaría en otro vecindario igual de callado que el suyo. También estaba la opción de seguir derecho y meterse en las hectáreas de viñedo donde se producía el vino más codiciado del sector, pero era mejor evitar un escopetazo por parte del anciano dueño.
Si ese lugar fuera la ciudad, ya le habrían asaltado quince veces por andar caminando por ahí de noche, pero no era la ciudad, eran las afueras de un pueblo ignorado, de esos que están kilómetros más allá de los pueblos no tan ignorados. Seguramente, si le preguntaban a algún habitante de Bornél sobre la existencia de Nuevo Olpes, su respuesta, queriéndose hacer el gracioso, sería: ''¿Y qué le pasó al Viejo Olpes?''. Solo unos pocos asegurarían conocer ese pueblucho, tener familia ahí y visitarlo cada década para desconectarse de la loca vida de ciudad, abandonándolo luego de un tiempo porque quién demonios se queda a vivir en Nuevo Olpes.
La respuesta a esa incógnita es Matilda Frez, ella y sus tres hijos. Después de haber fracasado en Georgina, aceptó que, al menos por un tiempo, tendría que volver a la casa de sus padres. Ese tiempo se volvió una década, porque no se iría hasta tener suficiente dinero para no preocuparse del alquiler por un año. Su ex fue tan generoso que no dejó de mandar dinero por unos cuantos años antes de desaparecer de la faz de Bornél y del mismísimo continente, según algunos conocidos. Por ello, Matilda trabajaba como mula para darle a sus hijos una mejor vida, estando la mayoría del tiempo en el pueblo y el resto en casa a las afueras de este, distrayéndose con cualquier cosa que le diera algo de felicidad.
El menor de los Frez, el antipático, cerrado y a veces molesto Nathaniel Frez, tomó el gusto de las caminatas nocturnas cuando la noche se volvió demasiado pesada como para pasarla en su cama. Estas eran horribles, eran la peor parte de las 24 horas que duraba el día. En lugar de reprimir sus pensamientos más ambiguos y aterradores, eligió huir de ellos para así lograr calmar su cabeza, su estómago revuelto y su respiración agitada.
La primera noche que lo hizo huyó de manera desesperada, como si una bestia lo persiguiera. Tal vez sí que lo hacía. Corrió tanto que para cuando volvió en sí estaba a unos dos kilómetros de su casa, aunque los sintió como haber trotado por un par de insignificantes minutos. Le hacía falta el aire, pero no por la ansiedad, sino por el cansancio. Eso se sentía bien, al menos se sentía mejor.
Con el pasar de las noches, pasaba menos de estas durmiendo y más de estas explorando la vida nocturna del sector, una inexistente. A veces pasaba por casas donde había una familia celebrando algo; otras donde adultos ebrios hablaban y se reían; sin embargo, la mayor parte del tiempo estaba totalmente solo, caminando por el pavimento hacia quién sabe dónde.
Nathaniel no era de los que se querían a sí mismos, así que jamás se le cruzó por la cabeza la remota idea de buscar ayuda. «Estoy bien, solo lo paso un poco mal a veces» era lo que pensaba cuando se permitía pensar. Cuando no se permitía pensar, ignoraba su mente todo lo posible, y usaba tanta fuerza para esto que terminaba agotado, y aún agotado le era imposible dormir de noche; dormir de día fue, entonces, la solución. Pudo pasar de año en la escuela a duras penas, motivado por la necesidad de no ser otro peso para su madre. La pobre mujer apenas y estaba en casa, y cuando estaba se sentía casi tan distante de la realidad como él. Se graduó con un promedio terrible, pero se graduó, y eso era lo único que importaba.
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El puente de los solitarios
Spiritual-No creo en las casualidades. Eso le dijo la chica a la luz de los faroles viejos de una calle solitaria, en una noche cualquiera para él, pero una noche hermosa para ella. En sus adentros, deseaba que ese momento marcara un antes y un después en...