Nota de voz

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Capítulo 8

Nathaniel se veía al espejo y se preguntaba a dónde rayos se había ido su dignidad.

«Tal vez Rosie piense que te ves lindo» se dijo.

«Tal vez Rosie piense que te ves como un idiota» se dijo, también.

Haber desencadenado esa desgracia al preguntarle a su hermana cuál iba a ser su disfraz fue una de las peores decisiones en su vida, pero ahí estaba, con un disfraz de príncipe. La parte de arriba era blanca, y los pantalones eran rojos, de una calidad dudosa pero menos incomodos de lo que creyó que serían. Tenía unas cosas rojas en los hombros de las que colgaban tiras doradas, y en el pecho tenía tres botones de cada lado, unidos por un cordel del mismo color de las tiras. Y la capa, roja y aterciopelada, le llegaba por debajo de los muslos. No le gustaban los guantes, más Elisa le rogó usar el traje completo, así que ahí estaban, y la espada envainada en su costado era otra ridiculez que añadir a la lista, aunque lo peor era la corona. Ni siquiera estaba seguro de si en la vida real los príncipes andaban con una.

—Me sorprende que hayas aceptado —su madre apareció detrás de él.

No siempre bajaba a su cuarto, así que el chico se sobresaltó por lo repentino de su presencia. Al instante, sintió una ola de timidez ahogándolo, como si fuera una desconocida y no la mujer que lo tuvo nueve meses en su vientre escuchando música clásica pensando que así se volvería un genio.

—¿A lucir como un tonto? A mí también —suspiró.

—Yo creo que te ves tierno —su ojerosa madre se puso a su lado frente al espejo de la puerta de su closet—. Cuando tenían cinco años, los disfrazamos así para Halloween. Harry los llevó por el vecindario.

—No lo recuerdo —respondió. Verla, y que le sacara conversación, le daba una sensación tan extraña como agradable.

—Tú no querías ni ir, ni disfrazarte, solo querías los dulces —soltó un bufido, parecido a una risa.

—Eso suena a algo que yo haría, sí —sonrió, mirando hacia abajo.

Hubo un silencio breve; Matilda quería decir algo más.

—Te siento diferente desde hace un par de semanas —entrecerró los ojos—. Casualmente, desde que supe de la existencia de esa tal Rosie.

Las mejillas de Nathaniel comenzaron a calentarse, y su estómago se revolvió. Cuando cualquiera hacía un comentario al respecto, él podía fingir con facilidad; no obstante, siendo su madre quien sacaba el tema a relucir, había algunas barreras que solo con su mirada cansada y maternal lograba romper en él.

—Ella es de las que sacan cosas buenas en las personas, supongo —se acomodó la chaqueta, que no necesitaba ser acomodada.

—Y de pronto alguien aparte de ti te interesa, eso es curioso también —asintió con lentitud—. Te despiertas temprano para llevar a tu hermana a la ciudad con tal de poder llevarla a ella también. Elisa me lo contó, ya que a ti no te dieron ganas —lo observó, juzgándolo.

Matilda no era de echar cosas en cara, al menos no para hacerte sentir mal, aunque así se sintiere por su mirada.

No es como que él no pudiese hablar cosas con su madre, sino que no sabía cómo. No tenía ese tipo de relación, más a veces ella parecía creer que sí, recalcando como Nathaniel no se abría a ella sobre nada; no de un modo molesto, sino casi como una broma.

—Es mi amiga... No tengo muchos, así que es sencillo gastar algo de energía a su alrededor —no sabía cómo evadir el tema central al que Matilda quería llegar.

El puente de los solitariosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora