El precio de no lastimarse

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Capítulo 12

Nathaniel no recordaba cuánto tiempo se había quedado viendo el salero, pero había sido lo suficiente como para que Roy comenzara a preocuparse. En la sala de estar, no muy lejos de ellos, la voz de Elisa le contaba con lujo de detalles a Rosie todo lo que había pasado, a lo que ella respondía con sonidos de sorpresa, rabia y comprensión.

—No me digas que estás pensando en decírselo de verdad —murmuró Roy muy cerca de su oído, cosa que lo sacó de su trance gracias a la incomodidad que le generó su aliento.

Nathaniel sacudió la cabeza y le golpeó el brazo a Roy, que se había quitado los lentes y estaba con un pijama de dinosaurio que se habían regalado él y Elisa años antes para navidad, sin saber que harían juego. Su hermana adoraba esos pijamas, debía tener otros tres o cuatro parecidos.

—¿De qué hablas? —gruñó, tomando el salero.

—Tienes la misma cara que pongo cuando considero hacer lo mismo. ¿Lo vas a hacer? Bien, Nath —le dio un golpecito al hombro, a modo de ánimo.

Ambos chicos se habían ofrecido a preparar palomitas de maíz mientras ellas chismeaban de lo sucedido. Elisa parecía mucho menos afectada por el hecho de haber sido dejada de lado por sus amigos, aunque no le sorprendería a nadie si se pusiese a llorar de repente por ello. Al menos estaban todos juntos, por si llegaba a pasar, y toda la responsabilidad no caería en Nathaniel.

—Solo me distraje. Déjame en paz, idiota —chasqueó la lengua, mientras sentía la vergüenza consumirle. ¿Así de obvio se veía?

Nathaniel disfrutaba las palomitas de maíz, así que sabía hacerlas bien. Comenzó a prepararlas mientras que Roy se encargaba de hacer batidos en la licuadora, los favoritos de Elisa, con sabor a plátano.

¿En qué momento había pasado de ser un lobo solitario a tener una fiesta de pijamas? Si la situación de ambos no fuera tan complicada, hasta sería una cita doble.

—¡Batido de plátano! —chilló Elisa cuando ambas chicas se les unieron en la cocina—. ¡Eres el mejor! —se abalanzó sobre su mejor amigo

—Lo sé, me lo dicen seguido —Roy sonreía como tonto, escondiéndose detrás de sus palabras arrogantes.

Siempre ponía el mismo rostro al ver a la chica, así que Nathaniel no entendía cómo ella no se daba cuenta de sus sentimientos.

—¿Puedo probar? —preguntó Rosie, poniéndose del otro lado del chico.

A modo de respuesta, Roy le sirvió un poco en un vaso y se lo pasó, haciendo un ademán con la otra mano. Al probarlo, su expresión sorprendida le sacó otra sonrisa al muchacho.

—Definitivamente, eres el mejor.

Nathaniel, quien le daba las espaldas al resto, hizo su sonido característico, su chasquido de lengua casi involuntario. Las palomitas comenzaban a explotar, así que con suerte nadie lo habría escuchado; sin embargo, cuando Roy se llevó los batidos a la sala, acomodada con un colchón y mantas para que luciera como un cine en casa, Rosie abrazó por detrás al chico. Este sintió un escalofrío que le llegó hasta a las uñas.

—Quítate, tonta —gruñó en voz baja.

Se apartó un poco de la cocina para evitar que ella llegara a quemarse con la olla, de la que se escuchaban pequeñas detonaciones. Eso sí, no la apartó de su cuerpo.

—Estaba por decirte que tú también eres el mejor, para que no te sintieras mal, pero ya no te lo mereces —asomó su cabeza a un lado de su cuerpo, mirando hacia arriba pues, aunque su diferencia de altura no era abismal, tampoco era inexistente.

El puente de los solitariosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora