Cicatriz

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Capítulo 2

Mientras que trataba de ver las noticias con su abuela como casi todas las mañanas, Nathaniel se preguntaba cuándo rayos ocurriría el milagro divino que haría que su hermana cerrara la boca.

—¿Cómo que vas a ir esta noche? Eso no... ¿ah? —la voz de Elisa era alta casi todo el tiempo, así que era peor cuando estaba enojada—. No, no estoy haciendo drama por nada, pero tú sabes que ella estará ahí... —hubo un silencio por unos segundos, aunque el rostro de Elisa tenía escrito que no era uno resolutivo—. ¿Sabes qué? Me tienes harta, haz lo que quieras —entonces la chica colgó, gruñó, dio una pisada fuerte al suelo de madera y fue escaleras arriba con la rabia usual con la que lo hacía cada que peleaba con su novio de turno.

El portazo fue el punto final de su show, así que Nathaniel pudo sentir una ligera paz.

—Gracias al cielo... —suspiró mientras se hundía en el sillón de dos espacios. A su lado, su abuela Erika observaba las noticias de la región con detenimiento—. Parece que pronto tendremos otra cena para conocer a su nuevo novio.

—Eso es malo, siempre me mandan a mí a comprar —bromeó ella.

Si algo amaba Nathaniel de ella, era que aún dentro de su calmada y dulce personalidad y comportamiento ideal, su abuela no era una anciana pasada de moda, que no soportaba las actitudes de la nueva generación. Aunque muchas cosas le parecían extrañas, disfrutaba la diversidad más que otra cosa. Su esposo de hace más de cuarenta años, Gerard, era un poco lo contrario: tradicional, algo conservador y serio, pero con un corazón de oro y las palabras correctas para decir hasta el regaño más fuerte. Eran una pareja adorable, una que cualquiera desearía replicar a esa edad, con más paciencia que cualquier otra que él conociera.

—Ah, hablando de ir a comprar, se acabaron los huevos —recordó su abuela.

Huevos... huevos... huevos.

Esa palabra hizo eco en la mente de Nathaniel lo suficiente como para que su abuela se preguntara a dónde se había ido su nieto.

Había pasado casi una semana desde que el puente de los solitarios presenció a dos personas conversando sobre cosas demasiado trágicas como para ser la primera vez que se veían, y Nathaniel no paraba de pensar en eso. La cantidad de tiempo que Rosie había estado en su cabeza los últimos días no era proporcional a los mensajes que le había mandado, que daban un total de cero. Cada vez que lo intentaba, su estómago no estaba de su lado, y sus pensamientos menos. Pensaba ''lo haré más tarde'', pero cada vez que ese ''más tarde'' llegaba se repetía la misma frase. Durante toda esa semana, solo había ido al puente una vez, con la preocupación y ansia de ver a Rosie esperando por ahí, o apareciendo tan de repente como la primera vez, cosa que no pasó. Nathaniel no se sentó entre los barrotes, ni sobre el barandal, ni se paró en este. Miró la noche, que estaba bastante regular aún si seguía las instrucciones que ella le había dado para hallar a la noche interesante.

—Iré más tarde —prometió el castaño. Ya que estaban dentro del tema, se le ocurrió indagar un poco—. ¿Hace cuánto conoces a la señora Priscila?

—Uh... ¿desde la escuela? Sí, fuimos juntas los últimos años de escuela. Siempre fuimos vecinas, aunque se fue un buen tiempo a estudiar a Geona y formar una familia. Volvió hace unos veinte años con sus hijos —Erika tenía una mente más que sana, recordaba todo lo recordable, así que no era de las abuelas que te contaban la misma historia quince veces.

—Pensé que no tenía familia por aquí, siempre le veo sola... —el chico, con sutileza, buscaba recibir alguna información útil.

—Tiene a varios por aquí. Su hijo mayor se fue a Georgina, y su hija vive en el pueblo. Ah, y tenía a su hermana Rosalina, la pobrecita murió en un accidente de auto, dejó a su hijo y a sus dos pequeños. Fue una pena, esa familia no ha tenido más que tragedias —su abuela tenía una expresión de genuina pena, la que tenía con cualquier evento desafortunado.

El puente de los solitariosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora