Allanamiento

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Capítulo 11

Dos días después de la fiesta, un lunes por la tarde, Rosie y Nathaniel eran los únicos de camino a la ciudad. En otras circunstancias, eso hubiese sido ideal para el chico; sin embargo, cuando horas atrás fue a asegurarse de que su hermana estuviese lista para llevarla a la universidad, esta no abrió la puerta. Dicha puerta solo se cerraba con llave cuando Elisa no deseaba tener contacto con nadie. Algo le había pasado a la chica, y ni él ni Rosie tenían ni la menor idea de qué podía ser. Ya lo sucedido entre ellos después de la fiesta no era siquiera importante.

—No responde... —dijo Rosie, quién había intentado llamarla dese que salieron de su sector.

—Esto es diferente a otras veces. Por lo general solo grita que la dejen en paz, o le avisa a mamá qué le pasó y por qué quiere estar sola. Ahora es como si se hubiese transportado a otra dimensión —el chico, preocupado, no apartaba la mirada del camino.

—¿No harás nada después de dejarme en la universidad? Deberías volver y ver qué le pasa —le sugirió.

—Sí, eso haré, aunque si Elisa no quiere salir o dejar a alguien entrar, podría quedarse días ahí dentro —suspiró.

—Le hablaré a Roy después.

—¿Tienes su número?

—Su Instagram. Me siguió ayer, tiene un gato adorable —sonrió—. Oh, cierto, no tengo el tuyo.

—No lo uso mucho.

—Por supuesto que no —dijo con obviedad—, pero usualmente tienes las redes sociales de tus amigos, para etiquetarlos cuando subes una foto con ellos y eso.

—No tienes fotos conmigo... creo.

—Tengo fotos de ti —soltó una risita—. En algunas sales bastante mal.

Frunció el ceño. No le gustaban las fotos, mucho menos que se las tomaran sin que supiera, pero era algo que Rosie haría sin dudar, y en sus adentros le gustaba.

—Felicidades, ahora estaremos en igualdad de condiciones. Te tomaré fotos cuando hagas cualquier cosa —en su mente era una broma, pero la verdad es que la idea le interesaba.

Rosie no respondió. A los pocos segundos se detuvieron por el ya usual tráfico de la hora, así que aprovechó para mirarla, solo para encontrarse con la parte de atrás de su cabeza. Ella miraba por la ventana hacia las montañas que los rodeaban, las cuales contaban con sectores habitados a los pies, y algunas casas grandes mientras más se subía. A diferencia de otras veces, Rosie parecía estar lejos de él.

Lejos, considerando la cercanía que tuvieron cuando ella se puso en el asiento que los separaba para acurrucarse en su hombro. Recordar aquello le hizo extrañar su tacto, también le hizo revolotear en las memorias de cómo ella, ebria, dijo demasiadas cosas, y cómo él, sobrio, evitó hacer algunas. ¿Debía traer el tema? No, algo en el aire le decía que debía callarse. Además, lo de Elisa seguía siendo una interrogante de la que ambos estaban preocupados.

Ya habría chances de avanzar en el tablero de lo que sea que fuese la relación que ambos tenían.

Las horas pasaron, y cuando Nathaniel volvió a casa, nada había cambiado mucho.

—¿Elisa ha bajado? —preguntó el chico a su abuela, quien estaba en la cocina preparando café para compartir con su esposo en el patio, como les gustaba hacer todos los días antes del almuerzo.

—Debe de haber peleado con su novio, aunque pensé que no tenía ninguno justo ahora —suspiró la anciana—. Mi pobre niña, debería buscarse un buen hombre que no le haga sufrir.

El puente de los solitariosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora