III

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Una mañana antes de dirigirme a la universidad, me encontré con alguien que no había visto en un tiempo. No fue un encuentro esperado; se trataba de un chico de cabello claro y ojos oscuros, nos vimos por primera vez cuando yo tenía unos diecinueve años y desde entonces se dedicaba a buscarme como un pasatiempo. De vez en cuando me encontraba con él en la calle, o en el centro comercial, o en el parque. Pareciendo un acecho constante.

Me saludó desde la distancia como quien reconoce a su mejor amigo de casualidad en su camino. Víctor era su nombre, si no me equivocaba. No le correspondí y, lejos de querer hacerlo, corrí por su lado en dirección a la facultad, sin intención de detenerme pronto.

Al llegar al edificio, Raptor me interceptó cerca de la entrada. Después de escanear de arriba a abajo mi apariencia, se propuso a arreglarme el cuello desarreglado de mi camiseta, al igual que mi cabello alborotado.

—Camina derecho —me dijo, enderezando mi columna vertebral con una de sus manos. Con la otra, me obligó a alzar el mentón en alto—. Que nadie crea que es sencillo dominarte.

Agradecí su intervención y me encaminé hacia la primera clase de ese día, caminando con seguridad impuesta. En el aula, me encontré con el muchacho castaño de nuevo ingreso, cuyo nombre ahora sabía. Leía con interés un libro encima de su pupitre, siendo uno de los pocos estudiantes —diez conmigo en total— en el aula antes del inicio de la clase. Un poco ansioso, pero motivado por las palabras de Raptor, tomé asiento en el asiento vacío paralelo al suyo. En respuesta al movimiento provocado por mí, Miguel no tardó en dirigirme la mirada y, posterior, una tímida y tierna sonrisa.

—Hey, ¿qué tal? —saludó. Yo también le sonreí.

—¿Qué tal? Yo bien.

—Me alegra. Parece ser que compartiremos varias clases.

—Si. ¿Quisieras ver mi horario?

Él asintió con entusiasmo, así que no tardé mucho en sacarlo de mi mochila. Mientras él los comparaba, yo le di un casual vistazo a su vestimenta del día. Usaba unos pantalones cortos que le llegaban arriba de la rodilla y dejaban a la vista sus chamorros; y un particular golpe debajo de su articulación derecha.

—¿Qué te pasó? —exclamé sin poder ocultar mi asombro. Era apenas visible, amarillenta y de tonos marrones en las orillas. De unos diez centímetros de diámetro.

—Oh, eso. Es una historia graciosa. Verás: me tropecé y me golpeé con una pesa... Fue una dolorosa coincidencia —contestó sin prestarle atención.

—¿Dónde te caíste?

—En el gimnasio. ¡La gente suele ser bastante descuidada con los instrumentos que usa!

Él se rió, genuinamente divertido de la situación en la que yo no cabía. Había algo que no me terminaba de convencer, el golpe era muy reciente para pasar desapercibido. Mas extraño aún, para ser provocado por accidente. Esas marcas verdosas y violetas habían sido causadas por mano humana. Y qué extraño pensar que Miguel mismo se las haría.

adore u // mikembaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora