VII

59 10 0
                                    


Me esforcé mucho las siguientes tardes, hasta que un día decidí que había sido suficiente espera, y me puse manos a la obra después de que mamá se fuera a trabajar. Quería que el plan recién ideado cubriera todo margen de error, aunque me ponía nervioso rememorarlo. Me convencí de que se trataba de un bien mayor.

Raptor y Mayo aparecieron en mi casa una hora antes de iniciar, ambos me observaron trabajar con distintas expresiones cubriendo sus rostros. Quería conocer la opinión de Mayo al respecto, pero no iba yo a preguntarle.

—Es arriesgado —me dijo él después de un rato, como cansado de mi silencio—. Por no decir estúpido. ¿Has pensado bien esto, Timba?

Ese regaño, aunque cortante, sirvió para atraer un poco de claridad a mis pensamientos. Me detuve y fijé la mirada en el suelo. Con esa acción Raptor supo que me estaba empezando a echar para atrás; chasqueó la lengua en desagrado hacia Mayo, protestando por hacerme cambiar de opinión, pero se dirigió a mí hasta ponerse de cuclillas y obligarme a verlo.

—Sabes que esto es lo correcto, Timba. Miguel lo agradecerá.

—No, Rubén —exclamó Mayo cruzado de brazos y apoyando su peso en una pierna, simulando ser una sombra detrás de mi mejor amigo—. Sabes que las ideas de Raptor pocas veces te han traído buenos resultados. ¿Lo sabes, cierto?

—Lo sé. Pero quiero hacer esto, no porque Raptor lo diga.

—Pues me rehúso a cooperar contigo —resopló él, con sus anchos anteojos obstruyendo mi visión sobre él. Sin oportunidad de otra palabra, se dio la media vuelta y marchó hacia la salida del sótano.

Raptor, con la arrogancia de un niño que gana una pelea, le dirigió un último comentario antes de verlo azotar la puerta.

—Quieras o no sigues siendo parte, Mayito.

Terminé media hora antes de lo planeado. Pude dirigirme al próximo destino sin prisa alguna, solo, vigilando mis espaldas por si alguien se atrevía a seguirme. Las sombras de la madrugada me ocultaban bien en mi camino. Por suerte, la casa de Miguel no estaba tan lejos de la mía. Y su ventana no contaba con pestillo ni alarma. Fue fácil entrar a su habitación sin que alguien se enterara.

Él dormía con calma encima de sus cobijas, pareciendo un leal príncipe de la noche. Evité que gritara o pataleara mientras trabajaba con su nariz y un paño remojado en cloroformo, sus ojos ni siquiera alcanzaron a verme y pronto quedó inconsciente en la misma posición que lo encontré al entrar. Antes de irme me di el permiso de visualizar las esquinas de su cuarto en busca de alguna posible amenaza.

No la había. Pero algo llamó mi atención frente al espejo en el costado de su cama: había una ramilla café de unos quince centímetros de largo, pegada a una carta y enrollada en un llamativo listón de color azul.

Me aseguré de llevar su móvil con nosotros, apagado. En el respaldo de madera de su cama, había una peculiar fotografía de Mike y Javier sonriendo a la cámara como una pareja envidiable. Sin embargo, yo conocía la verdad detrás de esa sonrisa incomoda en el castaño. No perdí más tiempo y lo subí a mi espalda.

Antes de bajar por la ventana, me pareció reconocer vagamente un rostro observando detrás del marco. ¿Había sido Víctor ese? Pero al cerciorarme, no vi a nadie al rededor.

Sería una madrugada interminable.

adore u // mikembaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora