IV

87 10 0
                                    


Most people really don't get me


El fin de semana había transcurrido más rápido que un pestañeo, incapaz de procesarlo lo suficiente para diferenciar un martirio de otro. Sin darme cuenta, ya me hallaba en la cafetería de la facultad deseando terminar pronto con el hambre voraz que me molestaba. No pude terminar la tarea de cierto día. Se me hizo demasiado tediosa y sobrepasó mi paciencia, por lo que la dejé incompleta y ni siquiera me importó cómo afectaría eso en mi calificación. Ahora, en cambio, no salía el remordimiento de mi fatigada mente.

Caminé por la cafetería con mi almuerzo en mano, una bandeja con ensalada de atún y una recién adquirida agua de limón, dirigiéndome a un sitio al descubierto. Raptor me encaró en el camino, con las manos vacías.

—Odio estudiar.

—No hemos estado aquí ni por tres horas —discutí por el simple gusto de verlo enojar. Yo estaba de acuerdo con ese repentino comentario.

—Odio estar aquí, ¿no lo odias también?

En lugar de contestarle, reflexioné sobre su pregunta. Odiaba estudiar, claro, ¿pero odiaba estar ahí, en la facultad? No podía decidirlo con claridad. Y un descuidado ataque por el frente me distrajo de inmediato.

—¡Ten cuidado, rarito!

Era uno de los chicos del equipo de vóleibol de la escuela. Alto, bien peinado, músculoso, y profundamente enojado por haberme tropezado con él. Me miró con ojos enfadados, frunciendo las cejas hasta que podían verse como una, pero mi atención se había clavado a su camiseta. Al lugar en el que debería estar una mancha transparente de limonada.

Él muchacho, de quien no me interesaba recordar su nombre, seguía manoteando y exigiendo justicia sorda a mis oídos por su camiseta sucia. Pero no parecía exaltado por la sangre que le embarraba la ropa, las manos y el borde de la cara. Era sangre salida de mi recipiente desechable. No pude soportar la visión y salí corriendo de la cafetería, sin importar chocarme con quien se me cruzara por enfrente con tal de llegar al patio y exhalar oxígeno hirviendo.

—¡Rubén! —una voz surgió dentro de mis oídos, como dispuesto a salvarme. Y luego, la persona se arrodilló frente a mí buscando estabilizarme. Era Miguel, tomándome alterado por los hombros—. ¿Estás bien, Rubén? Respira como yo, con calma.

Imité a duras penas su ejercicio de respiración. Él no me soltó hasta asegurarse de que podía sostenerme por mí mismo, consciente del inexistente peligro cercano. Agradecí por su intervención, aunque todavía sumergido en una sensación de vacío. Miguel me reconfortaba con algunas palmaditas en la espalda y una sonrisa parecida al sol. Y mientras él me acariciaba la espalda, distinguí a un segundo observador situado a su espalda.

—Ya está mejor —le dijo con aparente alivio él a Miguel. Su novio.

—Tranquilo, Rubén —continuó tranquilizándome. A su lado, el chico de perfecto cabello azabache sonrió para mí—. Ese chico es un imbécil, pero no te pondrá una mano encima, ¿cierto, Javi?

—Sí, con los chicos de fútbol nos encargaremos de que no se te acerque. Es sólo es una camiseta, se lo tomó demasiado personal.

Yo asentí, sin ponerle especial atención al chico bajito. Sólo me enfoqué en la mirada que me dedicaba Miguel, suplicante, deseando una nueva realidad.

—Lo siento —murmuré, bajando la mirada.

—¿Por qué lo sientes?

Alcancé la vista un segundo hacia él, para indicarle que se acercara a mí. Hizo falta inclinarse sólo un poco.

—Lo siento —repetí, cerca de su rostro confundido—. Por no hacer algo para ayudarte a ti.

adore u // mikembaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora