Tres Ancianas Tejen los Calcetines de la Muerte

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Estaba, acostumbrado a tener experiencias raras de vez en cuando, pero solían terminar pronto. Aquella alucinación veinticuatro horas al día, siete días a la semana, era más de lo que podía soportar. Durante el resto del curso, el colegio entero pareció dispuesto a jugármela. Los estudiantes se comportaban como si estuvieran convencido de que la profesora Kerr era nuestra profesora de álgebra desde Navidad.

De vez en cuando yo sacaba a colación a la señora Dodds, pero se quedaban mirándome como si estuviese loco. Hasta el punto que casi acabe creyendoles: La señora Dodds nunca había existido.

Casi

Grover no podría engañarme. Cuando le mencionaba el nombre Dodds, se ponía nervioso e intentaba cambiarme el tema.

Algo estaba pasando eso era un hecho. Algo había ocurrido en el museo. No tenía demasiado tiempo libre para pensar en ello en el día, pero por las noches las terribles visiones de la señora Dodds con garras y alas me despertaban entre sudores fríos.

El clima seguía igual de enloquecido, cosa que no mejoraba mi ánimo. Una noche, una tormenta reventó las ventanas de mi ha habitación.

Empecé a sentirme malhumorado e irritable la mayor parte del tiempo. Mis notas bajaron de insuficiente a muy deficiente. Me peleé más con Nancy y sus amigas, y en casi todas las clases acababa castigado en el pasillo.

Al final, cuando el profesor de inglés, el señor Nicoll, me preguntó por millonésima vez como podía ser tan perezoso que ni siquiera estudiaba para los exámenes de deletrear, salté. Le llamé viejo ebrio. No estaba seguro de que significaba, pero sonaba bien.

A la semana siguiente el directo envío una carta a mi madre, dándole así rango oficial: el próximo año no sería invitado a volver matricularme en la academia Yancy.

—“Mejor —me dije—. Mejor”

Quería estar con mi madre en nuestro pequeño apartamento del Upper East Side, aunque tuviera que ir al colegio público y soportar a mi detestable padrastro y sus estúpidas partidas de póquer.

No o stante, había cosas en Yancy que echaría de menos. La vista de los bosques desde la ventana de mi dormitorio, el río Hudson en la distancia, el aroma a pinos. Echaría de menos a Grover, que habia sido un buen amigo, aunque fuera un poco raro; me preocupaba como sobrevivirá el año siguiente sin mi. También echaría de menos las clases de latín y al profesor Brunner que tenía fe en mí.

Se acercaba la semana de exámenes, y sólo estudie para su asignatura. No había olvidado lo que Brunner me había dicho sobre que aquella asignatura era para mi una cuestión de vida o muerte. No sabía muy bien por qué, pero él caso es que empecé a creerlo.

La tarde antes de mi examen final, me sentí tan frustrado que lance mi Guía Cambridge de mitología griega al otro lado del dormitorio. Las palabras habían empezado a desmarcarse en la página, a dar vueltas en mi cabeza y realizar giros chirriantes como si montarán en monopatín. No había manera de recordar la diferencia entre Quiron y Caronte, entre Polidectes y Polideuces (la verdad yo tampoco las sé :y). ¿Y conjugar los vernos latinos?. Imposible.

Me pasee por la habitación a zancadas, como si tuviera hormigas dentro de la camisa. Recordé la seria expresión de Brunner, su mirada de mil años. "Solo voy a aceptar de ti lo mejor, Percy Jackson"

Respire hondo y recogí el libro de mitología.

Nunca le había pedido ayuda a un profesor. Tal vez si hablara con Brunner, podría darme unas pistas. Por lo menos tendría ocasión de disculparme por el muy deficiente que iba a sacar en su examen. No quería abandonar la academia Yancy y que el pensara que no lo había intentado.

Percy Jackson En Busca de CambiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora