Grover Pierde los Pantalones

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Hora de enfrentarse: planté a Grover en cuanto llegamos a la terminal de autobuses.

Ya se que es muy grosero de mi parte, pero es que estaba muy nervioso, me miraba como si estuviese muerto y no paraba de decir cosas como: "¿Por qué siempre pasa lo mismo?" y "¿Por qué siempre tiene que ser en sexto?"

Cuando Grover se disgutaba solía entrar en acción su vejiga, así que no me sorprendió que, al bajar del autobus, me hiciera prometer que lo esperaría y fuese a la cola para el lavabo.

En lugar de esperar, recogí mi maleta, me escabullí fuera y tomé el primer taxi hacia norte de la ciudad.

—"Tengo que escaparme de este loco" Al East, calle Ciento cuatro con la Primera — le dije al conductor.

Unas palabras sobre mi madre antes de que la conozcas.

Se llama Sally Jackson y es la persona más buena del mundo, lo que demuestra mi teoría que que los mejores son los que tienen peor suerte. Sus padres murieron en un accidente aéreo cuando tenía cinco años, y la crió un tío que no se ocupaba de ella. Quería ser novelista, así que se la paso trabajando y estudiando. Cuando su tío enfermó gasto todos sus ahorros en el, pero fue en vano.

El único buen momento que pasó fue cuando conoció a mi padre.

Yo no conservo recuerdos de él, sólo una especie de calidez, nunca lo había visto y mi madre no le gustaba que le preguntara de él.

Mi madre lo único que me dijo que era rico e importante, y que su relación era secreta. Un buen día el embarcó hacía el Atlántico en algún viaje importante y jamás regresó. Se perdió en el mar, según mi madre.

Ella trabajaba en empleos irregulares, asistía a clases nocturnas para conseguir su título de bachillerato y me crió sola. Jamás se quejaba o se enfadaba, ni siquiera una vez, pese a que yo no era un bebé fácil.

Al final se casó con Gabe Ugliano, que fue majo los primeros 30 segundos que lo conocí; después se mostró como el cretino que era. Yo siempre lo llamaba Gabe el apestoso desde que tengo memoria.

Entre en nuestro pequeño apartamento con la esperanza que mi madre hubiera vuelto del trabajo. En cambio, me encontré en la sala a Gabe, jugando póquer con sus amigos. El televisor rugia con el canal de deportes ESPN. Había patatas fritas y latas de cerveza desperdigados por toda la alfombra.

Sin levantar la mirada, él dijo desde el otro lado del puro:

—Conque ya estas aquí, ¿eh, chaval?

—¿Donde esta mi madre?

—Trabajando —contestó —. ¿Tienes dinero?

—No tengo nada — contesté — tampoco te daria si tuviera — susurre.

Arqueo una de su ceja asquerosa.

Gabe olía a él dinero como un sabueso, lo cual era sorprendente, dado que su propio hedor debía de anular todo lo demás.

—Has venido en taxi desde la terminal de autobuses —dijo—. Probablemente has pagado con un billete de veinte y te habrán devuelto seis o siete pavos. Quien espera vivir bajo este techo debe asumir sus cargas. ¿Tengo razón, Eddie?

Eddie, el portero del edificio, me miró con un destello de simpatía.

—Venga, Gabe —le dijo—. El chico acaba de llegar.

—¿Tengo razón o no? —repitió Gabe.

Eddie frunció el entrecejo y se refugio en su cuenco de galletas saladas. Los otros dos tipos se pedorrearon casi al unísono.

Percy Jackson En Busca de CambiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora