La cura del dolor.

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RAHEL.

125 d. C.

                                                     LA RISA INFANTIL que soltó Lucerys cuando vio a su hermano mayor Jacaerys resbalar sobre el lodo aun sosteniendo la espada de madera con ambas manos, hizo que ella también soltara una risita. De reojo observó como una figura encorvada y débil se acercaba hacia ellos.

—No deberían de burlarse del que en sus primeros pasos tropieza—, el regaño vino acompañado de una voz dulce, así que ella supo que no se trataba de un regaño, al igual que lo hacia su madre.

Miró a Lucerys que la miraba, ambos hicieron una reverencia rápida.

—Majestad—saludó ella en voz alta.

El rey Viserys ladeó una sonrisa.

Rahel trató de no hacer una mueca, el aspecto del rey no había hecho cosa más que empeorar, de su larga cabellera plateada sólo eran pocos los cabellos que colgaban de su cráneo, y ni de hablar del tono de su piel, que cada día parecía más gris. Y no pudo evitar pensar que el rey se estaba pudriendo por dentro, pronto, las moscas lo persiguieran a todos lados.

La niña se estremeció.

—Es toda una sorpresa verlos en los patios, niños—comentó, acercándose cada vez más.

—La princesa Rhaenyra cree que ya es edad para que Jace empiece a entrenar—informó ella—. Y Luke y yo sólo lo acompañamos.

Viserys miró a Lucerys, quien le regaló una sonrisa tierna.

—¿Y qué hay de ti, Rahel? ¿Ya no entrenas? —El tono era acusatorio, pero en el buen sentido, como si esperará una respuesta contraria.

Rahel se mordió el labio inferior, miró rápidamente a su sobrino que había abierto los ojos de golpe.

La cuestión era que, aunque si hubo un tiempo en el que había dejado de entrenar por el accidente del príncipe Aemond, poco tiempo después de la muerte de su madre, le rogó a la princesa Rhaenyra poder entrenar de nuevo, y ella no se negó. Sin embargo, eso era un secreto que sólo sus sobrinos, Rhaenyra y Laenor sabían.

—No es adecuado que una dama como yo entrene, majestad—susurró, Lucerys al fin pudo respirar tranquilo y el rey pareció decepcionado.

—Oh mi querida, sobrina—dijo en un suspiro—. Ven acompáñame, quiero enseñarte algo.

Dicho eso, Viserys dio media vuelta y empezó a caminar lentamente hacia dentro de la Fortaleza; Rahel tomó la pequeña mano de Lucerys y lo miró a los ojos.

Dance of the Dragons | Aemond Targaryen||House Of The Dragon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora