Propuesta, deseo, destino

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En pocos días Arthur estaba bastante recuperado, repitió su versión de la historia a sus compañeros, muchos lo llamaron valiente y otros más lo acusaron de tonto. El incidente pronto fue olvidado por la alegría de las fiestas y los meses pasaron volando, el invierno no tuvo mayores repercusiones, los monaguillos solían realizar servicio comunitario y mantenimiento para evitar accidentes, también resguardaban a los viajeros que atravesaban esa área en esa época con la esperanza de reunirse con sus familias antes del fin de año.

Luego pasó enero y la nieve fue poco a poco disminuyendo y derritiéndose. Una noche sus sueños volvieron, estaba en aquella casa, pero no eran ruinas, sus paredes pintadas, sus ventanas abiertas, la mesa servida con el desayuno, olor a pan recién hecho, esos eran sus propios recuerdos del poco tiempo que había convivido con sus padres.

De pronto algo parece llamar su atención, el llanto de un bebé en una de las habitaciones, luego se mezcla con los sollozos de una niña y finalmente son sus propios gritos en medio del ruido del choque de espadas y escudos. La guerra que había tomado la vida de su familia.

Sus orbes violetas se abren de golpe y su respiración está sobresaltada, tenía una idea de que debía hacer, pero aún no sabe si está listo, sin embargo algo le decía que no podía esperar más tiempo. Se viste y toma su abrigo, empaca un par de alimentos para el camino y se dirige en busca de Nanashi.

-Creo que ella quiere hablar conmigo- explica el pelinaranja con urgencia.

-¿Quieres que te acompañe?

-No, debo ir solo o no me dirá lo que quiere, además no quiero que sienta temor.

-¿Y qué hay de ti? No tienes miedo, seguramente estará molesta.

-Lo sé, pero podré manejarlo, además creo que esto no se puede evitar. Desde que... pasó lo que pasó- dice apenado- Siento que estamos unidos de alguna forma, leí que los demonios suelen hacer "pactos", no sé si fue voluntario o no, pero lo he sentido así.

Nanashi le da una breve bendición y termina besando su frente.

-Que regreses con bien.

El pelinaranja asiente y toma camino, aún hacía frío y los caminos estaban cubiertos de nieve que comenzaba a derretirse. Recordaba de alguna forma el camino y logra llegar hasta aquella casa, revisa cada una de sus habitaciones y no encuentra nada, se siente un poco intranquilo, pero no iba a rendirse, por lo que sigue en medio de aquel bosque, llegando casi a los límites de aquella provincia. Se sienta en una de las rocas y observa los árboles moverse con la brisa, había caminado varias horas y estaba cansado.

-¿Por qué?- escucha entonces un pequeño murmullo.

-Merlín... - exclama con cierta emoción en su rostro.

-Ese hombre te salvó y ahora vienes a buscarme- dice apareciendo finalmente, se veía más pálida de lo que recordaba, había perdido un poco de encanto sobrenatural y Arthur podía intuir que es por qué se encontraba débil.

-Quería asegurarme de que estés bien.

-Estaba por dejar estas tierras, no hay nada aquí para mí, además si sigo a tu lado podrías morir, no puedo evitar absorber tu energía.

-Lo se, leí algo en la sección prohibida acerca de tu especie y también... leí sobre un demonio como tú que trabajaba en conjunto con un pontífice, nadie lo descubrió hasta su muerte, ella era su fuente de conocimiento y su compañera*

-Eso es herejía.

-Pero yo no seré un pontífice... según Nanashi, yo seré...

-No lo digas en voz alta, o no se cumplirá. Sé perfectamente cual es tu destino Arthur Pendragon.

-¿Entonces aceptas? Necesitas una fuente de energía, pero debe haber formas de obtenerla sin lastimar a nadie.

-No necesito tu lastima.

-No es eso- responde con determinación y se le acerca finalmente, ve sus ojos dorados y la besa, luego busca llevar sus manos hasta su cintura, llevaba su mismo atuendo de siempre, tan ligero y translúcido, pero su piel era tibia, suave a su toque.

Pronto el contacto se vuelve más intenso, Arthur la levanta haciendo que se enrede en su cintura y la lleva hasta un árbol, la acomoda contra su tronco y busca desabrochar su cinturón.

-Vaya, parece que no has podido olvidarme- dice divertida.

-Nunca podría.

-¿Y es por eso que no puedes dejarme ir? Temo decepcionarte, pero lo que sentiste solo fue por efecto de un hechizo, tú lo dijiste, no eres el primero al que seduzco.

-¿En serio no sientes nada por mi?- dice besándola de nuevo, mientras aparta su ropa y busca su entrada, introduciendo sólo la punta de su miembro- ¿En serio solo soy uno más?

-Eras difícil de conquistar, por eso te deseaba.

-¿Y ya no me deseas?- continúa empujando apenas un poco más y notando el tono carmesí en su mejillas- Si sólo era uno más, por que llorabas esa noche.

-Ese estúpido ángel me tomó por sorpresa- dice apartando la mirada- Yo... yo no... - a quien quería mentir, en los años que llevaba atormentado mortales ninguno la había enloquecido como ese joven, quería estar a su lado, pero no podía separar su deseo de afecto, de su deseo carnal, ni de su naturaleza demoníaca que deseaba devorar su alma, aunque quizás había algo más que podía llenar ese vacío, algo que ningún demonio creería posible recibir: amor.

-¿Y bien?- termina por introducirse en su mojado interior, pero permanece sin moverse- Dices que tu cuerpo reacciona así con todos- la cuestiona sintiendo el pequeño temblor en sus muslos, en especial cuando él retrocede unos centímetros y un jadeo se escapa de su labios a modo de protesta. Pero luego trata de separarse de él- ¿Qué pasa? Eras tú quien me quería y ahora estoy aquí, te pertenezco, y tú también a mi ¿no es así?

-No digas tonte.. - Arthur le da una fuerte embestida y luego vuelve a retroceder lentamente, sus ojos antes temerosos ahora la ven con determinación, la oscuridad comienza a rodearlos, lo que la hace despertar su esencia como criatura de la noche. Busca sus labios en respuesta y comienza a seguirle el ritmo, ella misma había desatado ese lado tan salvaje y debía admitir que ese joven era el mejor de los amantes que había tenido.

Pronto los gemidos de ambos inundan ese paraje, estaban tan lejos que nadie pasaría por allí y si algún incauto se atreviera seguro pensaría que eran almas en pena recibiendo algún castigo. Algo no tan alejado por que el varón no se estaba conteniendo al moverse en su interior, algo que le gustaba mucho.

-Me vas a volver a llenar con tu leche- murmura en su oído.

-Si- continúa embistiéndola duro hasta finalmente terminar en su interior con un ruido gutural y largo gemido por parte de ella.

Entonces sus movimientos se suavizan, aún abrazados la acaricia con suavidad y la besa con más calma, recorre su piel y pasa sus dedos en el sitio de unión de sus cuerpos, sintiendo el goteante líquido escurrirse hacia su trasero.

-Aquí atrás eres aún más apretada- dice jugando con sus dedos empapados dentro del pequeño orificio en medio de sus glúteos- Pero lo dejaremos para otra vez.

Con una queja por parte de ambos, el joven sale de su interior y ambos se limpian lo mejor posible.

-Supongo que no tienes frío- dice frotando sus manos.

-Y tú deberías volver antes de que te enfermes de nuevo, pero antes creo que hay algo que tienes que ver. 


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*Se basa en el relato del papa Silvestre II y Meridiana.


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