Las hijas de Lilith

70 9 1
                                    

Merlín. No podía sacar ese nombre de su cabeza, aprovechando que el padre Nanashi se encontraba fuera, ese día había decidido entrar en su oficina.

A corta edad había aprendido a abrir puertas sin forzarlas, si no hubiera tomado el camino de la fe, seguramente le esperaba un buen futuro como ladrón. Quizás su mentor estaría decepcionado si se enterará lo que estaba haciendo, pero lo estaría más si todo esto continuaba.

Abre el cajón del escritorio y toma la llave de la sección prohibida de la biblioteca. Aquellos libros que se mantenían lejos de los jóvenes aprendices por razones que aún le eran desconocidas, pero podía irse haciendo la idea de algunas de ellas.

Se desliza sigiloso en los pasillos de la biblioteca, hasta el mueble que contenía aquellos textos, uno llama la atención, uno que recordaba muy bien. El libro de pasta negra que Nanashi había incautado a una bruja, y no, no esas mujeres que practicaban pociones con hierbas y fingían hacer hechizos; hablábamos de verdadera magia oscura. Esconde el libro entre otros que cargaba y se dirige hasta el campanario donde sabía que nadie podría molestarlo y podría ver el carruaje de los frailes a tiempo.

"Dormimos de día y volamos por la noche, como cometas negros"

Esa era una de las descripciones en las páginas, su estómago parecía revolverse de nuevo con algunas ilustraciones y símbolos, entre más leía más intranquilo se sentía, hasta finalmente encontrar aquello que estaba buscando.

"Demonios de la noche, hijas de Lilith... succubùs..."

El nombre en la historia le resultaba familiar, aquella mujer que según algunos textos apócrifos, fue la primera creada, pero al no obedecer y someterse a su esposo, fue expulsada del paraíso, uniéndose entonces a los ángeles caídos. Tenia sentido que su descendencia rondará por allí, tratando de engañar a los mortales.

"Estos demonios tienen gran capacidad de persuasión para conseguir su propósito. Hablaran todos los idiomas posibles y seduciran a los hombres... "

El libro daba descripciones detalladas, mencionaba cómo lucían, como se invocaban, pero no decían nada sobre cómo lidiar con ellos.

Al entrar la tarde se sentía más frustrado, por lo que devuelve el volumen y la llave, justo unos minutos antes de que el padre Nanashi y el resto llegarán de su viaje.

Trata de actuar lo más normal posible, pero esa noche cuando todos estaban ya en sus aposentos, decide ir hasta la capilla. De rodillas frente aquella imagen sagrada, toma un látigo mientras quita su camisa y rocía agua bendita en él.

Dice una oración de arrepentimiento y perdón en voz baja, seguida de un azote a su propio cuerpo, presionando sus dientes para no emitir ningún quejido; luego la dice de nuevo y repite el proceso. No sabe cuántas veces hizo eso esa noche, si fueron 20 o 100 veces, hasta quedarse sin fuerzas.

Recoge su ropa y trata de limpiar los restos de sangre en el piso antes de que dejen manchas. Adolorido y cansado sube hasta su habitación, la oscura marca escarlata se extiende por su ropa, mientras las lágrimas brotan de sus ojos y reza una vez más hasta quedarse dormido.

-Entre más te resistas, más me harás desearte- escucha entonces sobre su oído- Pero no me gusta verte sufrir, dice pasando sus manos sobre su cuerpo lastimado y luego siente una cálida lengua lamer sus heridas. Esa noche logra dormir de forma pacífica, al menos hasta la mañana siguiente.

***

Nanashi está frente a él con expresión preocupada y Arthur trata de incorporarse lo más rápido posible, no sabía qué explicación dar por sus heridas o el desastre que seguramente había dejado en la capilla, pero su cuerpo se siente sorprendentemente ligero y no siente dolor alguno lo que enciende una señal de alarma en su mente.

-¿Debería llamar al doctor?- dice el pelinegro tocando su frente- Parece que has tenido fiebre y dos de tus compañeros vinieron a buscarte esta mañana sin tener respuesta.

-Yo... yo... - dice tratando de procesar la situación- Sólo... solo me quede dormido- pronuncia notando que nada parece tener lógica, su ropa está en la cesta, doblada pero sin ningún rastro de sangre, y su cama está igual de impecable, pero recordaba claramente haberse flagelado como penitencia.

-¿Pasa algo? ¿Alguno de tus compañeros te está molestando?- agrega el mayor preocupado, sabía que Arthur era un chico muy tranquilo, lo visitaba seguido en el orfanato por que temía que alguien le hiciera daño o que terminará en malos pasos. Y aunque quería confiar en todos sus pupilos, como alguien que había crecido en ese ambiente, sabía que la juventud era complicada y no siempre eran todos amables.

-No, no es eso, solo he tenido un poco de insomnio, creo que estoy pensando en demasiadas cosas últimamente y por eso no duermo muy bien.

-¿Por qué no me habías comentado?- pregunta con cierta preocupación- No eres un niño pequeño, pero apenas estás empezando a ser un adulto, está es una vida muy difícil, es normal que a veces te sientas presionado, también estás a tiempo de reconsiderar todo...

-¡No!- exclama el pelinaranja- Esto es lo que siempre desee, ayudar a otros, ser útil para las personas, es lo que deseo hacer. Sé que debemos renunciar a muchas cosas, pero por gente como usted que he conocido, sé que vale la pena.

-Bien, bien, tranquilo tómate las cosas con calma- dice Nanashi palmeando su hombro.

Deseo ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora