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Las nubes eran disueltas por el gran revoloteo de muchas alas gigantes. El cielo era sacudido por una gran estampida. Todos parecían querer huir, pero al mismo tiempo, tenían que seguir peleando y mantenerse en pie después de todo. El fuego, humo y sangre se mezclaban en los aires. Las espadas resonaban y los gritos se podían escuchar a kilómetros. Unos altos gruñidos acompañaban la guerra de los humanos, los cuales salían de grandes bestias. Bestias que daban fuerza a todo, las que luchaban y se sacrificaban por sus aliados, o mas bien, por sus compañeros de otra especie. No había límite para su lealtad, los acompañarían hasta la muerte. Ya muchos habían caído esa noche, tanto humanos como esas bestias llamadas dragones.
El clima se había puesto de acuerdo con los sentimientos de las personas y gotas empezaron a caer sobre sus rostros y escamas. Cuando todo acabó, no habían ganadores ni perdedores, todos habían caído. Quizás no todos habían llegado a la muerte, pero los que habían sobrevivido, vivirían con el recuerdo de esa noche en la que todo se perdió. Ya solo quedaba un bando de esa guerra en el lugar y habían descendido al suelo para que sus dragones aún con vida pudieran descansar y curar aunque sea un poco sus heridas. La sangre goteaba por el cuerpo de todos esos guerreros, estaban destrozados. Ahora los sollozos se hacían audibles y gritos agonizantes también mostrando todo su dolor.
Un malentendido había acabado en una masacre, solo por no ceder, por querer tener el control de algún lado. Ahora... habían perdido a amigos y familiares, y no había vuelta atrás.
—K-Keigo, r-resiste... —su voz estaba quebrada por el llanto y el miedo.
Su amigo... mas bien, mejor amigo, le sonrió con debilidad e intentó acariciar el rostro de la chica.
