𝐈𝐈𝐗. 𝐋𝐎 𝐐𝐔𝐄 𝐇𝐄𝐌𝐎𝐒 𝐏𝐄𝐑𝐃𝐈𝐃𝐎

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Llantos incesantes llenaban la habitación, un eco del dolor profundo que sentían. Habían superado muchas adversidades, pero perder a un pilar tan importante en la familia era un golpe devastador.

—No, no quiero despedirme del ataúd donde descansa mi madre —murmuró Rhaena, con la voz quebrada—. La quiero aquí, a mi lado. Ella nos prometió que no se rendiría.

—Rhaena... —dijo Rhaenyra en un susurro suave mientras secaba las lágrimas que corrían por las mejillas de la niña. Podía sentir el profundo dolor en el corazón de Rhaena, un dolor que conocía bien, pues años atrás, ella también había rechazado despedirse del cuerpo sin vida de su propia madre—. Sé que esto duele más de lo que las palabras pueden expresar, pero tu madre no te ha dejado. —colocó su mano sobre el corazón de la niña—. Ella siempre vivirá aquí, dentro de ti. Nunca estarás sola, porque ella siempre estará contigo.

—Me duele. —dijo tocando su pecho.

—Lo sé, mi niña, lo sé. —Rhaenyra tomó sus manos y las apretó con ternura—. El dolor que sientes ahora es un reflejo del amor inmenso que tu madre te tuvo. Aunque ya no la veas ni la toques, su amor sigue presente en cada rincón de tu ser. Ella te guiara desde el más allá y te dará fuerza cuando más lo necesites.

— No sé si podré soportarlo —dijo Rhaena, su voz temblando.

—Lo harás, Mi niña —dijo Rhaenyra, abrazándola con ternura—. Aunque todo parezca abrumador ahora, con el tiempo encontrarás consuelo. Tu madre te enseñó a ser fuerte, y su legado vive en cada lección que te dejó y en cada recuerdo que compartieron. Su espíritu siempre estará contigo y con tu hermana.

Rhaena esbozó una sonrisa triste.

—Madre —interrumpió Daeria con suavidad, consciente del momento—, la ceremonia está a punto de empezar.

—Iremos enseguida —respondió Rhaenyra, acariciando el cabello de Rhaena antes de soltarla lentamente—. ¿Baela ya salió de su habitación? —preguntó, volviendo su atención a su otra hija.

—Sí, Jace logró tranquilizarla un poco y bajaron juntos hace unos minutos —respondió la princesa.

—Me alivia saberlo. Creo que ha llegado el momento de bajar. ¿Vienes, Rhaena? —preguntó Rhaenyra, extendiendo su mano con calidez. Rhaena asintió suavemente y tomó la mano de la platinada.

Mientras bajaban las escaleras, Rhaenyra apretó con suavidad la mano de Rhaena, como si quisiera transmitirle todo el amor y la fortaleza que albergaba en su corazón. Sabía que el camino por delante no sería fácil, pero estaba decidida a acompañarlas a ella y a su hermana, se lo había prometido a Laena.

Daeria seguía a Rhaenyra y Rhaena, pero sus pasos eran lentos, como si cada movimiento la instara a detenerse y observar todo lo que ocurría a su alrededor. Driftmark estaba envuelto en el luto; algunos realmente compartían el dolor de la familia, mientras que otros solo fingían compasión, manteniendo las apariencias. La mezcla de pena genuina e hipocresía era palpable, y eso la perturbaba profundamente. Miraba con atención a cada persona que se acercaba a dar el pésame a sus abuelos, notando con tristeza a aquellos que lanzaban miradas de desdén hacia sus hermanos. Entre ellos, su tío abuelo Vaemond y sus hijos destacaban; el desagrado en sus rostros era evidente, casi imposible de ocultar.

—Dae, no te quedes atrás —la llamó su madre con suavidad, sacándola de sus pensamientos.

—Sí, madre —respondió Daeria, volviendo su atención a sus hermanos. Se acercó a donde estaban Baela y Jace.

La morena todavía tenía rastros de lágrimas en los ojos mientras apoyaba su cabeza en el hombro de Jace, sus manos entrelazadas en un gesto de consuelo mutuo.

   𝐈𝐍 𝐌𝐘 𝐁𝐋𝐎𝐎𝐃 ll 𝐀𝐞𝐦𝐨𝐧𝐝 𝐓𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐲𝐞𝐧ll / En edición Donde viven las historias. Descúbrelo ahora