𝐗𝐈𝐈𝐈. 𝐑𝐞𝐟𝐥𝐞𝐣𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐫𝐞𝐚𝐥𝐢𝐝𝐚𝐝

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La princesa centró su mirada en la presa, respirando con calma mientras alzaba la ballesta. Con precisión calculó los puntos vulnerables del animal y, en un suspiro, disparó. El proyectil cruzó el aire con fuerza, directo hacia su objetivo.

— Lo siento, amiguito, pero mi dragón tiene que comer —murmuró, mientras tiraba del animal.

El dragón descendió cerca de su jinete, la princesa se acercó lo que había cazado y luego se alejó, dejando que el dragón derramara fuego sobre el venado y comenzara a comer.

—Disfruta tu festín —dijo, sentándose en el suelo mientras sacaba unas semillas secas de su bolso—. Tienes que aprender a cazar solo.

El dragón soltó un gruñido bajo.

—Pasaremos la noche aquí. Estamos cerca de llegar —murmuró, revisando el mapa que llevaba consigo—. Además, necesito comer y encontrar un lugar donde bañarme.

Suspiró profundamente. Había recorrido muchos lugares y conocido a muchas personas, pero en el fondo sabía que sus padres seguían buscándola, y eso le provocaba un sentimiento de culpa.

—Voy al pueblo. Quédate aquí y no causes problemas —ordenó en un tono suave pero firme, mientras el dragón, fiel y juguetón, la empujaba con la cabeza, exigiendo su atención—. Y escóndete bien —añadió, acariciando la cálida piel del animal con cariño, antes de darle la espalda.

Se cubrió el cabello con la capucha de su capa. Mantuvo la cabeza baja y caminó con paso ligero, vigilando de reojo las miradas curiosas de los aldeanos. No se alejó demasiado de donde había dejado al dragón, pero el bullicio del mercado la envolvió enseguida. Los gritos de los vendedores, el murmullo de las conversaciones y el sonido del regateo llenaban el aire, mezclándose con los olores del pan recién horneado y las especias que colgaban en las tiendas cercanas.

Avanzó entre los puestos, cada uno ofreciendo algo distinto; telas coloridas, frutas frescas, Esencias y aceites. Pero su mirada se detuvo cuando encontró lo que buscaba: las canastas de pan. El olor era tentador.

—Uno de esos, por favor —dijo con voz suave, señalando una pieza de pan dulce, dorada y crujiente.

La anciana que atendía el puesto la observó detenidamente mientras envolvía el pan. Sus ojos, pequeños pero brillantes, parecían analizar cada detalle de su rostro.

—No eres de por aquí, ¿verdad? —dijo la anciana, entregándole el pan mientras sus ojos seguían escudriñándola con curiosidad y un toque de desconfianza.

La pregunta quedó suspendida entre ellas, y la princesa, consciente de que cada segundo de silencio podría levantar sospechas, sacó unas monedas con manos firmes, aunque por dentro sentía cómo su pulso se aceleraba. Tenía que mantener la calma, actuar como si nada fuera fuera de lo normal.

—No, soy de... otras tierras —respondió con una sonrisa amable, tomando el pan, esperando que la explicación vaga fuera suficiente para terminar la conversación.

Pero la anciana no se dejó convencer tan fácilmente. Se inclinó un poco más, sus arrugas acentuándose mientras examinaba cada uno de sus rasgos.

—Tus facciones no son comunes por aquí, niña. Y no deberías andar sola —dijo con un tono más bajo, casi en un susurro, pero cargado de advertencia—. Las princesitas como tú son presa fácil para muchos. Aquí, la belleza y el descuido pueden costar caro.

El corazón de la princesa dio un vuelco. Sabía que la anciana no la había reconocido del todo, pero aquellas palabras eran un recordatorio de que estaba propensa al peligro. Apretó el pan en sus manos y asintió, forzando otra sonrisa.

   𝐈𝐍 𝐌𝐘 𝐁𝐋𝐎𝐎𝐃 ll 𝐀𝐞𝐦𝐨𝐧𝐝 𝐓𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐲𝐞𝐧ll / En edición Donde viven las historias. Descúbrelo ahora