De la oscuridad a la luz

829 99 4
                                    


Vhagar era una dragona enorme e imponente, pero eso no significaba que fuese rápida, a decir verdad, era bastante lenta, torpe y por ratos necesitaba descansar para recobrar las fuerzas en sus viejas alas. Aemond se impacientaba cada vez más por lo que aun con las mismas prendas sucias y húmedas decidió volar hacia el lugar prohibido; en una mano sostenía la correa con la indicaba a su dragón sus órdenes mientras con la otra mantenía abrazado el cuerpo inerte del príncipe Lucerys, esté debido al tiempo que iba pasando su anatomía comenzaba a ser rígida, cada vez más complicado de acomodar. Debía darse prisa, llegar cuanto antes a Asshai y buscar a la famosa bruja que podía revivir a los muertos antes que la situación se complicase, aunque de por sí el hecho de haber aniquilado a Arrax ya era una declaración de guerra.

En su larga travesía solo el paisaje avisaba de qué tan cercano estaba el destino, el cual era una jugarreta a la vida. El sol dejó de proyectar sus fuertes rayos para dar paso a las nubes oscuras que daban la bienvenida a la ciudad de Essos la cual, tal y como dijo la dueña del prostíbulo parecía un lugar en completo abandono, apenas y podía divisarse unos cuantos lugareños quienes se escondían al ver el gran dragón que les acechaba, no obstante, no mostraban miedo solo precaución por su bajo aletear. No faltó mucho para notar la ciudad de Asshai que era aún más oscuro, un espacio funesto donde las casas antiguas predominaban, el mar lucía oscuro sin vida al igual que la arena parecía ceniza esparcida. La luz solar de plano era inexistente, solo unos cuantos rayos alumbraban por ratos la ciudadela.

El príncipe verde había escuchado rumores de que la ciudad estaba hundida en una completa tormenta más no creía que fuese tan literal; el aire era frío, el cielo era oscuro como si una fuerte lluvia se acercase más no caía agua alguna, los relámpagos hacían presencia sin emitir sonido alguno, eran advertencias para los extraños. Aemond por primera vez en su vida se sentía intimidado por un lugar desconocido ya que como era de esperarse no sabía si la respuesta a su plegaría realmente existiría.

Finalmente, después de sobrevolar la mayor parte del día llegó a su visión el pico más alto de la montaña, era real, estaba ahí. Su corazón latió con fuerza pues de verdad podría haber una esperanza para regresar al príncipe Velaryon a esta vida. Vhagar se detuvo a medio vuelo manteniéndose en el aire, no deseaba continuar más —¡Vhagar! ¿Qué haces? ¡continúa! — ordenó su jinete más hizo caso omiso, descendió al pie de la montaña desobedeciendo por completo a su caballero. El tuerto imaginó que algo había en ese lugar que hasta los feroces dragones eran incapaces de soportar. Estaba cerca, cada vez más cerca y no se daría por vencido, tomó el cuerpo de Lucerys entre sus brazos para dar marcha a pie.

El camino no era tan aparatoso como creyó, había un camino estrecho el cual estaba marcado con piedras, un pasillo bastante liso que facilitaba su acceso, aunque eso no significaba que pudiese confiarse, un resbalón y ambos quedarían para siempre en esa empinada trayectoria. Decidido a no dejarse vencer, acomodó el cuerpo del menor sobre su hombro y empezó la caminata hacia la parte más oscura de la famosa montaña. —Asesino— de inmediato giró sobre su eje buscando a la persona que decía semejante aberración, no encontró a nadie, pero el miedo le invadió —No eres bienvenido— mordió sus labios aguantándose las ganas de responder, no podía caer en ese juego estando tan cerca de su meta —Deja el cuerpo— sacudió la cabeza esperando sacarse esas voces que le hacían dudar —Es un precio que no puedes pagar— las palabras no solo afectaban su consciencia sino también su motricidad pues mientras avanzaba más pesado sentía el cuerpo que llevaba a rastras.

En un punto no pudo más, tuvo que asentar el cadáver sobre el piso y descansar. Aemond estaba tan agobiado que ya no sabía lo que hacía, la noche caía oscureciendo más el camino hasta que a lo lejos logró divisar una antorcha y lo que parecía ser una entrada a la montaña. Tomó un fuerte respiro, se soltó el cuello de la prenda superior pues el aire estaba faltándole como si el oxígeno no existiese, tomó nuevamente al occiso para continuar con el camino que ya parecía tener un final. Esperaba realmente que fuese el final.

El pico de los susurros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora