El cadáver

557 48 2
                                    


Los vientos enfurecidos de la montaña azotaban con fuerza impidiendo el paso del jovencito que llevaba consigo un cuerpo inerte, el pobre chiquillo utilizaba hasta las uñas para sostenerse del suelo el cual parecía estar de acuerdo en no dejarlo subir debido a sus resbaladizos pisos y escalones. El muchacho estaba a punto de darse por vencido, no obstante, tenía una labor que cumplir la cual sería bondadosamente gratificada —No puedo más, perdóneme— el lazarillo observaba una de las extremidades del cadáver lastimado, su blanca piel ahora era manchada por barro, sangre seca y plantas muertas, era de esperarse que el peso trajera problemas al momento de acarrarearlo, especialmente para un chiquillo desnutrido. Los susurros no tardaron en hacer presencia colmándole de amenazas, metiéndole miedo hasta el tuétano así que con las últimas fuerzas restantes volvió a su caminata en búsqueda de la hechicera que lograba traer a la vida a aquellos que habían fallecido bajo cualquier situación.

La lluvia no tardó en hacer aparición dificultando todo aún más, era como un tipo de prueba que estaba a punto de no ser superada; el jovencillo sabía que abandonar la tarea sería mucho peor que la muerte a manos de una mujer llena de odio y maldad. De todos los lacayos que tenía tuvo que mandarlo a él, al más débil de todos para una tarea que si bien no era difícil, era complicada para alguien de tan solo 8 años.

Finalmente, a lo lejos observó las antorchas que le daban la bienvenida a todos aquellos que solo eran deseados por la bruja; el chico sonrió de alegría al ver que pronto estaría cumpliendo su tarea. Con más ganas agilizó sus pasos con todo y el peso del occiso a sus hombros, faltaba poco para llegar, descansar, beber agua y dormir después de días de insomnio. —Vamos, vamos. Falta poco, un poco más y seré libre, vamos, sigue, paso a paso, sigue — ya no le importaba sonar como un completo desquiciado, hablaba consigo mismo dándose ánimos luchando contra sí para evitar ver el rostro de la persona fallecida.

La entrada de la caverna al fin estaba a unos pasos, el piso liso y sin obstáculos anunciaban la meta —¡He llegado! ¡Señora! ¡He llegado! — con sus manos arrastraba la mortaja. La plancha de piedra se veía a unos metros de donde estaba, con sus últimas fuerzas colocó los restos sobre ésta para finalmente dejarse caer a un lado. Todo su pequeño cuerpo le dolía a mares, sus manos lastimadas y ensangrentadas no podían sostener nada más, las plantas de sus pies estaban perforadas por las piedras filosas así como su cuerpo marcado por las ramas que se impactaron contra su piel dejándole heridas por doquier. La mujer apareció mostrando únicamente sus decrépitas manos, con su índice a la altura de los labios le hizo una señal de que mantuviera silencio.

Hice lo que pude mi señora —Para la mujer cualquier esfuerzo no era más que una obligación de sus pocos sirvientes, almas despreciadas que encontraron en la bruja un refugio peligroso pero seguro. La decrépita mujer quitaba las telas manchadas del cuerpo, posó sus huesudos dedos sobre la piel sintiendo la muerte clamaba a su nueva víctima —No hiciste suficiente ¿Quién la manda? —cuestionó la vieja antes de ir por sus instrumentos de brujería. —Su familia. Ellos desean que por favor use su cuerpo para brindarlo al Señor de la Luz, su vivienda fue devastada por el fuego... —de sus bolsillos rotos y sucios sacó varias bolsas de monedas que no llegaban a una cantidad decente —Solo baratijas. Estúpida gente ¡¿Acaso creen que con esto agradaran al Señor de la Luz!?— el dinero cayó sobre el piso al ser aventado con coraje, el jovencito no buscaba qué decir, solo había aceptado lo que le habían dado. —Lo siento, mi señora. ¿Quiere que me deshaga del cuerpo? — lo que menos deseaba era dar marcha atrás a su terrible viaje de regreso, al no obtener respuesta el chico comenzó a ponerle de nueva cuenta las mortajas fúnebres, empero, la hechicera decidió darle un vistazo más antes de regresarla. —Espera, déjame verle. Quizás me sirva después de todo— Con una franela limpió el rostro quitando los restos de sangre y suciedad, era linda, joven y un gran desperdicio al haber perdido la vida tan joven. Sus facciones eran finas, aunque algo masculinas en el mentón, sin embargo, admitía que era bella. Sus cabellos eran oscuros como la noche, como lo alguna vez lo fue la cabellera de la anciana —Quizás esta vez funcione, mi señor nunca abandonará a su sierva. — La maga había probado de todo para obtener la juventud eterna, pero nada había surtido efecto más que unas noches, todo intento era un fracaso a voces más, algo le dijo que esta vez podía tener el éxito ansiado —¿Cómo falleció? ¿Es noble? ¡Dime más, niñato! — el chiquillo asintió con la cabeza con miedo — No sé mucho, la familia que nunca fue reconocida, solo mencionaron que alguien la golpeó en la cabeza cuando intentó ayudar en un incendio, es todo —la anciana recorrió sus facciones con sus devastadas manos, bajó hacia su cuello notando una soguilla de acero con un medallón que más parecía una moneda oxidada —La enfermedad no se la llevó, su vida fue tomada, entonces aún tiene un propósito para estar aquí— todos sus intentos por obtener la juventud eterna habían fracasado debido a que las jóvenes anteriores habían sido marcadas desde un inició por la vida, dándoles una fecha límite en que tendrían que abandonar la forma física —Ella aún puede servirme, vi esto en el fuego, las llamas me mostraron que esto sucedería— sus yemas tocaban los bordes de la medalla para después arrancarla de su cuello. Observó detalladamente a la luz de las antorchas la inscripción —Para mi bella, Alys— leyó en voz baja —Dile a su familia que el cuerpo no sirvió, tuvo que ser desechado. Aceptaré su miserable paga por hacerme perder el tiempo— el chiquillo solo se dio la media vuelta para dar la noticia a quienes esperaban por noticias positivas.

El pico de los susurros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora