Ey, Ángel

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Cada hora, Rodrigo subía hasta la habitación de Ángeles. Revisaba su temperatura, la cuál había descendido en las últimas horas. Su piel se había vuelto más clara y perfecta. Jamás había logrado tener esa textura. La cicatriz de una mordedura, había desaparecido, ayudando al veterinario a concluir lo esperado. En ese momento, se dio cuenta que solo quedaba esperar a que despertara, pero eso tardaría, porque la loba/vampiresa, todavía seguía en trance. Tomó un libro sobre leyendas de vampiros, y se sentó en la silla del escritorio. Sus ojos repasaban las palabras, pero en su mente revivía una y otra vez la noche del ataque, para notar que error había cometido. Algo le hacía ruido en su mente. Tenía el presentimiento de que esa situación había sido planeada. Necesitaba respuestas, las cuales no lograba encontrar entre esas páginas. Dejó el libro sobre el escritorio, sintiendo la necesidad de hablar con ella, pero sabía que sería algo tonto. Tocó la tapa del mismo, para retomar su lectura, pero decidió acercar la silla hasta Ángeles.

- Emm... No se que decir. - Miró para el suelo, con una sonrisa. Se sentía ridículo, pero aún así, levanto la vista, humedeciendo sus labios. - Desearía que este mensaje llegara a vos... Siento que debo disculparme por no protegerte... Seguro cuando despiertes notaras que no eres la misma... - No sabía que decirle. Estaba nervioso, con las manos sudorosas. - Estoy diciendo cualquier cosa... O quizás me cueste por miedo a que tus hermanos me escuchen. - Su sonrisa volvió a dibujar líneas en su mejilla. - Te extraño...

- Rodrigo, - Casi le da un infarto al ver a Sebastián entrando en la habitación. - Esta la comida. ¿Qué haces?

- Nada. ¿Qué pensas que hacía?

- No lo sé. Vos decime. - Se levantó, sin responderle.

Después de comer, Rodrigo y los gemelos fueron a ver un partido de fútbol, pero había alguien que no se concentraba. Desde afuera, se escuchó el ruido de un vehículo familiar. Nicolás miró a través de la ventana. Su camioneta estaba en la entrada, y desde adentro, salía un individuo que no querían ver. Camino hacia la entrada, Nathaniel miraba hacia la puerta de la entrada. Antes de ir hasta ella, miró hacia ambos lados de la vereda. Tenía el presentimiento de que muchas personas lo miraban y lo juzgaban por aparecerse en ese lugar. Nicolás llamó a su hermano, para que viera la escena.

- ¿Qué hace acá? - Se escuchó un pequeño golpe en la entrada.

- ¿Le abrimos?

- No.

- Se que están ahí adentro. Y se que no me quieren aquí, pero... Vine a ayudar. - Nathaniel ocupaba casi toda la altura de la puerta. Los vecinos miraban por la ventana para ver que sucedía.

- ¿Ayudar? ¿Ayudar en qué? La otra ya es un vampiro.

- Dejemos que siga gritando desde la entrada.

- Si quieren, déjenme acá. Seguro el barrio querrá saber que su hermana y yo salíamos y que ustedes no dejan que nuestro amor siga con vida. - Los gemelos corrieron hasta la puerta, abriéndola de golpe. - Muchachos.

- Sigue hablando y te bajamos los dientes.

- Solo necesitaba que me abrieran la puerta.

- Ya lo hicimos. Ahora, tomatela.

- No entiendo mucho su lenguaje, pero se que eso es muy grosero de su parte.

- ¿Qué quieres Vampiro, abogado, Alemán?

- Quiero proteger a su hermana.

- Ya es tarde. Es un vampiro, como vos y toda tu banda de delincuentes.

- Si lo es, ya saben que pasará. Reclamarán por ella. Y yo se como hacer eso. Solo tienen que dejarme pasar.

- No puedes pasar. - Nicolás le enseñó una cruz.

Entre garras y colmillosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora