𝕮𝖆𝖕𝖎́𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖉𝖔𝖘

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La familia de Guillermo siempre lo había tomado como un omega débil y que necesitaba estar bajo las faldas de su madre, alguien indigno de heredar el trono. Francisco, su abuelo mencionó que no permitiría ese tipo de sumisión en su familia; por eso cuando el pequeño de rizos castaños cumplió trece años fue enviado al campo de batalla para forjar un carácter firme y cruel.

Memo recuerda exactamente como su cuerpo temblaba y el arco en sus manos era inestable, frente a él se encontraba un alfa enemigo, a su espalda se encontraba su abuelo gritando que debía hacerlo, debía disparar la flecha en corazón de aquel hombre inocente. Las lágrimas no hacían más que bajar descontroladas por sus ojos, el martilleo de su corazón retumbando en su pecho y la indecisión en su postura, era demasiado para él. Quería vomitar. Quería morir. Demasiada presión para alguien tan jóven que fue entrenado desde niño con tal de complacer los caprichos de su abuelo, con padres que eran castigados si se atrevían a desafiarle y que gracias a la situación de conflicto tuvo que aprender a someterse, pero en ese momento no quería hacerlo, porque sabía que no habría marcha atrás si lo hacía.

Poco a poco el arco y la flecha fueron bajando y las lágrimas no se detenían impidiéndole ver a su adversario, con su brazo limpio sus ojos y respiró varias veces buscando la calma en su corazón y en su mente. Con un poco más de claridad y luz notó que sus rasgos eran suaves, su piel era pálida y resaltaba las manchas de tierra en ella, la complexión era delgada y definitivamente era más alto que él, se veía casi de su edad, quizá un poco más grande. Sin embargo el miedo que invadía su mirada y desfiguraba su rostro era notorio. No quería morir.

Su lobo aulló en su interior y sus sentidos se lo dijeron, cada vello de su cuerpo se erizo y el momento en que sus miradas se mantuvieron fijas la una en otra lo supo. Ese chico era su destinado y estaba ahí, frente a él, esperando la muerte por su propia mano...

En su nuca el frío le dio la advertencia, su cuerpo se quedó quieto y su respiración se volvió lenta, su omega chillaba pidiéndole que huyera de ahí junto a su destinado y que jamás volviera a ver a su abuelo.

—¡Hazlo ahora o te cortaré la cabeza aquí mismo y después seguirá ella! —nuevamente su abuelo había gritado, el filo de la espada había atravesado su piel y el hilito se sangre ya escurría por su espalda, no quería morir pero tampoco quería ser un asesino, mucho menos de la persona que había sido creada para complementarlo.

Sus padres eran destinados y estaban juntos, siempre soñó con encontrar a su alfa y unir su vida a la de él o ella, reinar juntos y mantener la paz.

Pero la vida no es un cuento de hadas.

El recuerdo de su madre encerrada en un calabozo dentro del castillo volvió a su mente y recordó el verdadero objetivo de su presencia ahí. Debía mostrar su valía como heredero o sino ella moriría dentro de una fría celda, alejada de su familia y en la mayor crueldad.

Nunca había sido egoísta, nunca había pedido nada a nadie... Sin embargo, cuando levantó su arco y apuntó al pecho de aquel jóven soldado solo pidió una única cosa, su perdón. La flecha salió disparada a su objetivo y en medio de la oscuridad solo vio desplomarse el cuerpo ajeno, la espada fue retirada de su cuello y el vacío en su pecho le inundó, su omega se retorcía por la culpabilidad de asesinar a su alfa y su sangre se fue helando muy lentamente, quemando todo a su paso, destruyendolo.

En ningún momento dejó de ver a aquel alfa, su mente se desconectó y solo era un cuerpo lleno de instintos y diversas emociones, casi podría jurar haber escuchado su último soplo de vida abandonar sus labios; la ira creciendo en su interior amenazando su cordura, su aroma volviéndose tóxico y solo siendo capaz de pronunciar lo que tanto había deseado.

Venenum FlosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora