𝕮𝖆𝖕𝖎́𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖔𝖈𝖍𝖔

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Guillermo se veía en el espejo de la habitación que le había sido asignada en el castillo de Caeruleum, era la primera vez que estaba ahí y se sentía tan fuera de lugar, todo era tan inmaculado, tan perfecto. Desde la decoración tan blanca, tan azul, tan ajena que solo le provocaba un sentimiento de profunda tristeza. Se suponía debía estar feliz, era el día de su boda.

El maquillaje solo hacía resaltar sus rasgos de una manera excepcional, el azul cubriendo parte de sus mejillas y nariz resaltaba el color de sus ojos, su cabello había sido trenzado con listones de diversos tonos provenientes de su querido Aquilae, aquellos que simbolizaban la prosperidad, el amor, la felicidad y la fidelidad, los que sus padres habían usado en el pasado con tanto orgullo y que ahora nadie notaría tan bello significado.

Le prohibieron llevar el traje típico de su nación, uno que simbolizaba la unión, la vida y la muerte pues alegaban la boda no sería en Aquilae y no estaban en la obligación de apegarse a sus tradiciones... “No puedes usarlo, perdieron la guerra y tú perderás el título que te asignaron el día de tu nacimiento, ahora eres parte de Caeruleum...” esas fueron las palabras que había pronunciado un consejero cuando se le llamó para estipular los acuerdos que traería su boda con el príncipe Lionel.

Las tres campanadas de la catedral sonaron y supo que era el momento de partir. En la entrada del castillo estaba un carruaje que sería el encargado de llevarlo.

“¡No seas un cobarde y dispara!” las palabras de su abuelo resonaban con el eco de sus zapatos, extendiéndose por todo el pasillo. Le dolía el pecho como si una flecha se lo hubiese atravesado y una lágrima quiso arruinar su perfecto maquillaje, por lo que la quitó con uno de sus dedos antes de que eso sucediera.

En la catedral todos esperaban por él, había gente de ambos reinos y eso era un pequeño bálsamo a su corazón, aquella escena que parecía imposible de lograr estaba sucediendo. Una de las flores de su vestimenta dejó caer un pétalo que gracias al viento pudo huir lejos, a la libertad.

Cerró los ojos un instante y su mente se perdió al punto en el que, cuando los abrió, frente a él, estaba el alfa con quién unía su vida. La gente les miraba de forma expectante, más de lo que ya lo hacían antes. Lionel le señaló con la mirada el papel que ya tenía la firma del Rey, solo faltaba la suya. Se recompuso rápidamente y colocó su nombre debajo del enunciado que decía “Rey Consorte”.

Los aplausos no se hicieron esperar, la gente se veía feliz, tranquila, con esperanza y eso bastaba para unirse a alguien que no amaba.

La fiesta transcurrió de forma lenta, veía a los nobles bailar, beber y a unos cuantos murmurar sobre su desacuerdo con esa unión, si intentaban ser discretos, no lo estaban logrando.

—Alteza Guillermo —escuchó una voz suave que se dirigía a él, nadie le había hablado así en todo el día, llevó sus ojos marrones a conectarse con los pertenecientes a la persona que solicitaba su atención, era Lionel —¿Me haría el honor de bailar conmigo una pieza?

La respuesta inmediata del omega había sido “no”, pero eso levantaría sospechas y crearía tensiones, la historia que se había vendido a todo el mundo había sido todo un teatro.

Lo único que podía detener una guerra era el amor, la gente amaba las historias de tragedia y Caeruleum se había encargado de difundir como ellos se habían conocido en el campo de batalla siendo de bandos opuestos y que juntos habían luchado por conseguir la paz y la realización de su amor.

Ambos reinos estaban debilitados y el tener un matrimonio arreglado siendo del conocimiento público solo daría pie a qué otras naciones aprovecharan esa grieta para atacarlos e iniciar más conflictos.

Venenum FlosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora