Capítulo 3: Corazón delator

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Esa situación perturbó mi paciencia. Intimar es una de las últimas cosas que yo personalmente haría. De por sí el contacto físico ajeno me provoca náuseas. Pero, por alguna razón, mi corazón latía a más de 140 pulsaciones por minuto. De pronto me pareció que el cuello de mi blusa estaba muy ajustado y tuve desabotonarlo después de haberme quitado la corbata.

Tengo la minúscula necesidad de golpear algo o alguien en este momento.

Bajé hasta el subterráneo que es donde se encuentran los laboratorios y las salas de anatomía. Abrí la puerta para fijarme en que estaba fresco y limpio a simple vista, tal como una bendita morgue. Decidí que aprovecharía de terminar de analizar la muestra que tomé el otro día y saber realmente lo que era, mis manos aún temblaban mientras buscaba la muestra. Alguien la ha robado ¿Qué mierda? Si algo detesto más en este mundo es que se metan en mis cosas, en mis planes, en mis investigaciones, sobretodo que me estorben de esta forma. Busqué la muestra hasta el cansancio al principio sin desordenar, luego me valió una mierda como quedara el laboratorio. La busqué por cada rincón tan solo para terminar de perdiendo mi tiempo. Incluso los datos que había recopilado en una carpeta se los habían robado. Definitivamente alguien tiene que ver con la mancha sobre la cama de Enid. Alguien que no le desea el bien.

Observé el viejo reloj de pared para percatarme de que ya habían transcurrido 3 horas, ni siquiera me di cuenta. De pronto, tuve la sensación de que algo no estaba bien y corrí a nuestro cuarto. Cuando llegué, encontré la puerta cerrada. Trabada.

—Enid—pregunté primero, nadie respondió—¡Enid! ¿Puedes abrirme ya?...¿Ajax?—grité, a pesar de que eran las 12 de la noche. Traté de nuevo moviendo el pomo de la puerta.

Sin esperar un minuto más la embestí con uno de mis hombros, no dos, sino tres veces hasta que esta se abrió y pasé al otro lado casi tropezando. Enid estaba durmiendo boca arriba sobre su cama como de costumbre hace, oh, la ha corrido. A simple vista se veía muerta, tiesa y pálida como los cuerpos en la morgue. Me acerqué hasta ella, toqué su mejilla con el dorso de mi mano y tomé una de sus manos para comprobar que estaban realmente frías, incluso más que las mías suelen estar. Noté que en su cuello tenía unas manchas negras, parecidas al moho del techo, las cuales se expandían hacia el resto de su cuerpo. Abrí su blusa y para mi alivio solo tenía algunas.

Quienquiera que se le haya ocurrido esta broma se le ha ido de las manos.

Busqué rápidamente entre sus bolsillos su teléfono. Durante vacaciones aprendí un poco como funcionan, al menos soy buena haciendo llamadas. El teléfono estaba bloqueado, así que probé con acercarlo a su rostro para ver si lo reconocía. Perfecto, entre todos los nombres reconocí algunos y terminé llamando a Eugene. Definitivamente no quería mirarle la cara a Ajax. Si yo no fuese tan baja y tan débil como para cargarla sola en mis brazos, la hubiera llevado yo misma a la enfermería.

Hoy no habrá solo de violonchelo. Quienquiera que seas, de verdad me las vas a pagar y bien caro.

Ya en la enfermería Eugene y yo recostamos a Enid sobre la camilla. La enfermera con su bata blanca y pulcra, se paseó unas cuantas veces observándola a distancia. Aparentaba tener más de 1000 años, digo sin exagerar. Si mi familia es peculiar, ella lo es aún más.

— Eugene, gracias—dije y él abrió los ojos.

—Wow Wow, Wednesday, no hay de qué ¿Escuché bien? n-no importa. Tú-tú sabes, siempre p-puedes contar co-conmigo—dijo él mientras se acomodaba los anteojos.

Eugene se acercó a Enid y le agarró la otra mano, mirándola con desconsuelo.

—Por qué se ensañarían con alguien tan angelical. Enid, yo estaré aquí para cuidarte siempre que pueda—dijo y se le quedó mirando.

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