Deidara dormía plácidamente en su cómoda cama, era la más cómoda de toda la torre, ya que Itachi mandó que fuera especialmente para él. Debía descansar por su próximo hijo.Pasaron unos 3 meses, Deidara recién cumpliría los 4 meses de embarazo y había estado con un hambre feroz, Itachi tratando de apaciguar a su pequeña bestia rubia, pero aún no lo lograba que si quiera Deidara dejara de insultarle.
En la intimidad logró que Deidara dejara de aborrecer la bandera de los Uchihas, lo hacía, pero no públicamente. Aparte que después de botar a Izumi, Deidara procuró que ninguna mujer con aires de grandeza se acercara al príncipe, siendo vigilado en las sombras por Sasuke, que aún no confiaba en el doncel.
¿Qué de entretenido hay en esta torre...? Se preguntó Deidara mentalmente, caminaba por los pasillos, buscando comida, Itachi le había dado la libertad de caminar fuera de la habitación, eso era gratificante para el rubio.
Se fue hacía la cocina de la Torre, no había nadie y vió una enorme canasta de uvas, grandes y jugosas, muy moradas. Se le hizo agua a la boca, ¿alguien le diría algo sobre comerlo? ¡Jajaja! Es el príncipe heredero, esposo del próximo rey Uchiha, y en su vientre lleva un gran lazo, aquel que ose ponerle un dedo encima, estaba seguro que Itachi lo mataría.
Esas uvas le estaban tentando e incitando... ¡cómame príncipe Deidara!, eso escuchaba el rubio, no dudó ni un poco y se acercó, agarró la canasta y se los llevó.
En la capital del imperio del Sur
Naruto estaba apoyado en el reclinatorio de madera alcolchado, la iglesia era enorme y especialmente para los nobles, un rosario en sus manos mientras oraba a la Virgen María.
-Ruega por nosotros los pecadores ahora y a la hora de nuestra muerte -susurraba en aquel lugar, su voz sonaba levemente con aquel eco, por la falta de multitud.
-Amén -dijo un extraño, Naruto abrió los ojos asustado, pasó su mano por su mejilla derecha, había derramado una lágrima, per alguien había entrado a la iglesia.
Volteó para encarar al que estaba presente en sus plegarias a la madre de Dios. Cuando le miró solo agudizó su mirar, era otro de sus maestros, pero uno muy curioso.
-Termina la oración, Naruto, uno siempre termina con un Amén...
-Eso lo sé, pero usted qué hace acá.
-Tu padre me informó que.
-No venga con su falsa empatía, me importa un carajo su afecto falso -se levantó del reclinatorio y guardó El Rosario. Estaba ahora parado frente a aquel hombre mayor, de cabellera blanca y ojos pequeños. Se disponía a irse.
-Uno nunca insulta en la casa de Dios, Naruto -sonrió.
-Dios está en todas las partes, insulte donde lo haga igual me escuchará y lo sentirá, él sabe perfectamente que quiero que me dejen solo -bufó-. Dígale a mi padre que estoy siguiendo a rajatabla todos los pedidos de los ancianos.
-Hm... el que decide aquello soy yo y lo sabes.
-Usted sólo es un maestro más -rodó lo ojos, hastío de aquel hombre.
-Cuidado con tu lenguaje jovencito, no soy cualquiera.
-Maestro Jiraiya, han pasado años desde su última hazaña -le miró con burla.
Jiraiya rió, aquel niño no sabía que estaba frente a una leyenda, temida por el clan de Fuego y otras naciones más. Lamentablemente debía rebajarse a este nivel siendo tratado por un niñato frustrado, por tener una cuenta pendiente.
Naruto al darse cuenta que no le planeaba responder, pasó de él y salió de la iglesia, el mayor suspiró, no podía golpearlo libremente, sólo cuando entraban.
El rubio salió de la iglesia, se sentía echado por aquel viejo, quería su privacidad y ahogarse en penas sobre la pérdida de su hermano, ¡No lo hacía con mujeres o alcohol! ¡Lo hacía en una bendita iglesia y ni aún así podía! Su padre le colmaba la paciencia.
Ahora entendía lo difícil que era ser Deidara, lo difícil que era todo, sus comportamientos, su forma de hablar, su destreza con las armas, su excelencia con el manejo de caballo, sus conocimientos, ¡todo tenía que ser perfecto!
Llevaba tres meses, casi cuatro, en sus nuevas tareas y preparándose para ser el nuevo heredero. Era una carrera contra el reloj, ¡¿qué querían con él?! ¡Un milagro!
Su hermano fue educado toda su vida para ser príncipe heredero, a él le bastaba la educación principal de un príncipe, era bueno con la espada y peleas, también con las armas, ser jinete era su pasión. ¡Pero todo esto era una tortura! Todo lo que amaba se volvía oscuros y complicado.
¿Pretendían que en 2 meses más se postulara y fuera calificado como príncipe heredero?
¡Malditos viejos!, pensaba Naruto; era culpa de ellos. Aquellos viejos era un concilio entre las naciones, no mandaban sobre las otras naciones directamente, pero indirectamente sí.
Ellos existían para que las naciones más débiles persistieran, para que no todo fuera masacre y caos, era los árbitros de todo, todo debía pasar con ellos, claro, lo "importante".
Si era el próximo rey, jura que los mataría a cada uno de esos viejos y colgaría sus cabezas como ejemplo, para que los diplomáticos no existan.
Con cólera en sus ojos y teniendo en sus manos puños, escupió al piso enfadado, hacia eso cada vez que tenía ganas de insultarlos.
No le quedaba de otra, tendría que regresar a su entrenamiento con el viejo, extrañaba a su hermano, pero había cambiado de parecer. Ahora sería el rey, no le malinterpreten, no traicionaría a su hermano; se convertirá en rey y traería a Deidara. Destruiría el clan del Fuego y a los viejos, destruirá a cada uno de esos difamadores de su hermano, él merecía respeto y si su padre no lo daba, lo daría él.
Deidara paseaba por la fortaleza con la canasta en manos, cada uva que se comía, arrancaba otra de las pequeñas ramillas y se lo comía, teniendo aquel bucle hasta que su fin sea que: se quedara sin ellas. Estaba buscando al bastardo del padre de su hijo, no le había encontrado en la sala, buscaría por los campos, no alejándose mucho ya que lo tenía estrictamente prohibido.
Le encontró en el campo donde otros hombre entrenaban, la puntería, eso entrenaban, con rifles pesados que Deidara tenía prohibido sujetar. Le vió observando a todos, que cada uno lo hiciese bien. Se puso a su lado y el mayor se percató de su presencia, pero sin decirle nada.
Deidara comía algo aburrido mientras veía lo monótono que se había vuelto su nueva vida, no le aburría aquello, le aburría estar sentado, parado, caminando de vez en cuando, con dolores y vómitos que se habían vuelto recurrentes.
Extrañaba lo hábil que era con los rifles y cabalgar por los bosques, pelear y golpear, ¡era divertido! Ahora sólo se conformaba con golpear a su marido en el hombro cada vez que tenía aquellas ganas de batallar.
"Marido", aquella palabra era nueva, pero lo eran, Deidara era esposo de Itachi y este debía respetarle y cuidarle hasta que la muerte les separe. Un hijo venía en camino, eran una familia perfecta y próspera, cuando realmente desde un inicio todo fue catastrófico y horroroso.