Darkroom (capítulo único)

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Nadie tenía porqué saber lo que hacía mientras los demás trabajaban. Había empezado algunos meses atrás, sin quererlo, cuando encontró una sala oscura y abandonada en la comisaría. Una sala que no figuraba en ninguna plantilla del edificio. Era simplemente perfecto.

Siempre que estaba hasta los cojones de atender denuncias o de cualquier otra actividad aburrida, silenciosamente se retiraba a ese santuario suyo, que se conformaba de una habitación vacía con algunas sillas rotas y unas mesas amontonadas en un rincón. Solo una silla rescatada por Gustabo se encontraba justo en medio, dando a entender que algo pasaba allí.

Ningún otro agente o civil del primer piso podía imaginarse que el subinspector iba ahí a relajarse y, bueno, a lo que surgiera. No era para sorprenderse, al juntarse el tener a disposición algo de intimidad y el aburrimiento, Gustabo no tenía más remedio que beneficiarse de esos factores

Se dejó caer en la silla, no particularmente cómoda, ya habiéndose quitado el chaleco antibalas junto con su camiseta, y sacó su teléfono del bolsillo. Había poca señal, evidenciando que estaba bajo tierra. Soltó el teléfono junto a su ropa ya que este no le serviría. Su imaginación le bastaba y sobraba. Cerró los ojos mientras acariciaba sus hombros, suspirando y llevando su mente a un lugar muy familiar para él.

Al otro lado de la comisaría, se encontraba el Superintendente en su despacho, con pilas de informes que le llegaban al cuello y que no le dejaban dormir por la noche. Decir que estaba estresado era un eufemismo, por más que fuera un adicto al trabajo, el papeleo era tan necesario como tedioso.

Ya molesto con estar sentado sin hacer nada, se levantó de sobresalto y bajó las escaleras hasta la recepción, en busca de algo más estimulante. Gran decepción que se llevó al llegar y encontrar decenas de personas gritando y exigiendo hablar con un oficial. Si este era el mismísimo Superintendente de los Santos mucho mejor.

Dio la vuelta en sí mismo y, con tal de evitar la horda de civiles enfurecidos, bajó lo que quedaban de escalones, pasando las celdas, hasta llegar al piso subterráneo. En esa parte de la comisaría no había mucho, algunas salas en desuso. No obstante, había mucho material que quería evitar que fuera robado por algún sinvergüenza de su desconsiderada malla.

Pasó varias puertas sin ver nada faltante o insólito. Cuando ya iba a volver hacia atrás y echarle huevos a escuchar algunas denuncias —una más absurda que la anterior— vio una luz encendida al final del último pasillo. Eso sí era insólito.

Rápido pero silencioso, se adentró en el pasillo, llegando a la puerta donde se suponía se hallaba la anomalía. Antes de nada, apoyó su oído contra la pared de esa sala. Concentrado y sin respirar, escuchó algo que era definitivamente lo último que se podía haber imaginado.

—Jack... Oh, Jack...

¿Estaba escuchando su propio nombre? Eso era lo que parecía al menos. La voz no hablaba lo suficientemente alto como para poder reconocer a quién pertenecía. Tampoco importaba, lo descubriría en breve. Sin más dilación, agarró el pomo de la puerta y entró sin hacer apenas ruido.

—Pero mira quién tenemos aquí. Gustabín— llamó su nombre una voz que distinguía perfectamente y oírla lo asustó, raro hecho visto que instantes atrás su mente estaba imaginando esa misma voz diciéndole cosas no muy cristianas.

Lo primero que hizo fue agarrar su camiseta del suelo para cubrirse, aunque ya era tarde.

—¿Es esto lo que haces en horas de trabajo, horas que yo te pago?— se acercó a él, poniéndose de brazos cruzados. Le había extrañado que no le hubiera gritado o regañado de inmediato por algo así. Estaba un poco alarmado.

Darkroom - Intenabo +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora