Epílogo

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•|12 de agosto de 2035, Punta Cana, República Dominicana|•

Me río cuando la escucho discutir con su padre. Es un no parar. Todo el día igual. Ni siquiera en vacaciones guardan el hacha de guerra. Pero es una chica complicada, siempre lo ha sido. Lo que es un horror son las trifulcas que forman Carlos y ella cuando están en las competiciones de kartings. Es buena, pero cabezota e impulsiva. Carlos dice que, o matará a algún chaval algún día, o será la mejor piloto del mundo.

No hay punto intermedio.

Daniella los ignora, sentada tranquilamente a la sombra de una palmera, investigando cómo funciona el ukelele que le hemos comprado. Se pasa así las horas, investigando los instrumentos que se le crucen. Tiene un don para la música. Mejor que el mío. Y me alegro de que aunque se parezca más a los Sainz, prefiera tocar y cantar conmigo que hablar de autos con sus tíos.

- Esa niña me saca de quicio - gruñe Carlos dejándose caer junto a mí en la toalla.

- Si es un amor - bromeo haciendo que él me fulmine con la mirada.

- Es literalmente como tu hermano pero con más mala hostia y más malas intenciones - acusa pellizcándose el puente de la nariz. - Acabará con mi paciencia.

- Eso ya lo hace - murmura Dani sonriendo, sin despegar sus ojos del instrumento.

- ¿Tú no estabas tocando la cosa esa? - Espeta Emily, tan simpática como siempre.

- Borde - bufa la adolescente.

- Fea - replica la que es apenas un año menor, arrugando la nariz.

Se llevan apenas un año, pero con lo madura que es Dani, pareciera que es mucho más.

- Dejad ya de pelear - ruega Lara, que extrañamente siempre consigue parar las peleas.

Normalmente ella las inicia, diciéndole a una o a otra alguna mentira que las haga enfadar y estallar, pero luego es ella la que las calma y se queda como la heroína de la historia.

Sí, a mí también me da miedo a veces.

- Por una vez hacerle caso a vuestra hermana - pide Carlos algo cansado después de llevar toda la mañana batallando con una y con otra.

Me río cuando Lara sonríe angelicalmente, como si no hubiese roto nunca un plato, y luego corre a la orilla de nuevo, seguida de Emily. Daniella se queda con el ukelele en silencio y yo me pongo boca abajo en la toalla, queriendo tomar en sol en silencio. En paz.

- Podrías hacer topless, me daría igual - murmura mi marido a mi lado, haciéndome rodar los ojos.

- Así nació Lara, así que mejor cállate - bufo divertida.

- Y ahora es cuando yo me voy - canturrea Dani levantándose y alejándose, en busca de otra palmera a la que tocarle una bonita canción con el ukelele.

Me río y miro de reojo al español.

- Hala, ya la has espantado - me río dándome la vuelta.

- Mejor, así puedo tocarte el culo sin que me miren mal - replica poniéndose sobre mí y besándome sin vergüenza alguna.

Su boca toma la mía con fiereza, recordándome una vez más por qué me gusta tanto este hombre. Sus manos van a mi culo, apretándolo y haciéndome gemir. Suerte que aquí sólo estamos nosotros. Sino me moriría de vergüenza. Y bueno, aunque hubiese gente, no lo detendría, pero me daría vergüenza igualmente.

- Carlos - le riño separándome del acalorado beso. - Tus hijas están en la orilla y les encantaría librarse del trauma de ver a sus padres casi follando.

Él se ríe y se tumba a mi lado, pasándose la mano por su abundante pelo. Lo miro de arriba a abajo, recreándome en sus músculos definidos a pesar de la edad que tiene. Este hombre no deja de estar bueno, en serio. Yo no me conservo tan bien, pero no parece importarle en absoluto.

- A veces me pregunto qué habría pasado si aquella noche no hubieras acudido a mi puerta - espeta él de pronto.

Yo le miro, algo confundida. Podría referirse a tantas ocasiones que me deja algo dudosa.

- La noche que hicimos a Daniella - añade mirándome con una sonrisa. - Si ella nunca hubiese nacido, ¿qué sería de nosotros?

Miro la orilla, donde Lara y Emily juegan con las olas. ¿Qué sería de mí sin mis niñas y sin mi hombre? ¿Seguiría atada a aquel novio tan horrible que tuve? ¿Mantendría mi carrera musical? Tantas dudas y tantos "y si".

- No lo sé - respondo finalmente. - Y no creo que importe. La cuestión es que estamos aquí, ¿no?

- Tienes razón - asiente él mirándome con una sonrisa. - Pero la duda y el miedo siempre prevalecen.

- El miedo es necesario - susurro recordando parte del discurso que dio en nuestra boda.

"¿Me daba miedo? Totalmente. Cada vez que las veía sentía ese miedo a perderlas. Y ese miedo no cambia ni con el tiempo, ni con las circunstancias. Pero está bien que exista ese miedo. Me recuerda que las amo cada día. Me recuerda que, al final, estoy vivo".

- El miedo es necesario - corrobora él. - Casi tanto como el amor - añade agarrando mi mano y besándola.

Sonrío y me recuesto en su pecho, jugando con el pelo que tiene ahí. Con él, el miedo y el amor nunca han faltado. Y con él, la calma y la seguridad siempre han existido.

Porque, sea lo que sea que pase entre nosotros, no hay mejor refugio que el otro, ni mejor cura que ver a nuestras niñas felices.

Fin.

¿Me Elegirías A Mí? #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora