¡ 01 !

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ONE.      THE PRINCES



Aemond chocaba continuamente su brazo contra el mío y viceversa, haciéndonos balancear con torpeza sobre nuestros talones. Matábamos el tiempo mientras esperábamos a que el dragón de mi mellizo fuera traído de las fosas.

Entre risas, el platinado me empujó con más fuerza de la necesaria y logró que perdiera por completo el equilibrio. Si no hubiera sido por ese par de brazos que sostuvo mi cintura desde atrás, seguramente hubiera caído al suelo.

Levanté la mirada aún riendo y para mi sorpresa, me encontré con la típica sonrisa maliciosa de Aegon y sus rizos desaliñados cubriéndome el rostro.

— Ten más cuidado, mocosa.— Habló bajo mientras parecía detallarme de arriba a abajo con la mirada, luego de ayudar a reincorporarme.

Fruncí el ceño sin darle una respuesta y pude notar como Aemond adoptaba la misma expresión. Mi tío se estaba comportando... extraño. Desde que se cumplió mi décimo onomástico parecía estar más al pendiente de mi, más atento y aunque tratara de no darle importancia a veces llegaba a desconcertarme un poco. Hace unos meses probablemente me hubiera dejado caer, solo para poder patear la arena del suelo y hacer que me la tragara.

— Ya viene.— Jacaerys se giró hacia nosotros sin poder contener su emoción, obligándonos a prestar atención. Reí con ternura cuando vi al curioso de Lucerys correr hasta colocarse tras su espalda.

Vermax salió de la fosa, arrastrando las cadenas que custodiaban dos hombres con ropas sucias y maltratadas, y a pesar de la distancia podía notar el polvo de ceniza manchando sus rostros.

El dragón había crecido más de lo esperado en sus pocos años, lucía aterrador.

Todos avanzamos en su dirección a paso lento, siguiendo a los cuidadores.

¡Kelītīs! (¡Alto!)— Gritó en alto Valyrio el hombre que aparentaba tener más edad y experiencia que los demás, frenando al dragón y a sus hombres, ganándose un rugido de parte del primero.— Dejen que venga.

El bostezo desinteresado de Aegon no evitó que una sonrisa se formaba en mis labios ahora que podía ver más de cerca a Vermax, sus escamas de color verdoso y sus ojos amarillos brillaban como el fuego, con esa mirada ansiosa que parecía advertirnos que en cualquier momento cedería a sus instintos y devoraría a todo aquel a su alcance.

Una maravilla, pensé.

Pero mi emoción se esfumó cuando vi la mirada baja y expresión seria de Aemond.

Entrelacé nuestras manos con cuidado, dándole un suave apretón y ganándome una de esas sonrisas que eran tan difíciles de conseguir.

— Deja esa cara larga... un día estarás aquí con un dragón más grande de lo que puedas imaginar.— Le susurré al oído, pegando nuestros hombros para cortar la poca distancia existente entre nosotros.

La sonrisa de Aemond se ensanchó y empujó mi hombro con suavidad como hace unos instantes, seguramente para distraerme del ligero sonrojo en sus mejillas.

No era secreto que el no tener un dragón llegaba a afectarlo más de lo que debería, probablemente por las burlas que había recibido por años de parte de su hermano y sobrinos. Me sentía mal por él. Pero cada vez que lo creía necesario, intentaba recordarle que no era menos que nosotros por el simple hecho de que un huevo no eclosionara y que algún día sería uno de los mejores jinetes de dragón que Westeros haya conocido. Quizás no me creía, al menos no del todo, pero yo estaba segura de que así sería.

blood,  jacaerys velaryonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora