Amor ̶d̶e̶ [a una] madre

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La primera persona que me gustó fue una monja.
Muchos se escandalizarían, una niña criada en una de las casas de dios, ¿no?
Era la que entonces daba la misa, la madre Teresa, no es lo que se dice joven, tampoco vieja, bueno, ahora sí, pero en aquel entonces no. Bueno, un poco.
Más escandalizados, ¿no?
Todo esto lo escribí en el rollo de papel que me traían mensualmente, y la hermana Carmen lo encontró.
Acabé recibiendo azotes, lo que pasa es que no cayeron en la cuenta de que me los diera la madre superiora no sería un castigo, si no más bien una recompensa.
Así con mis 10 años seguí escribiendo en mis papeles mensuales como me gustaban las misas dadas por la madre Teresa, y cómo tan solo me fijaba en sus labios durante ellas. Yo me creía la palabra de Dios si era ella la que la promovía.
Y ella tan solo me miraba con desdén, cosa que solo hacía que me pusiera más.
Con los años acabé escribiendo historias enteras de monjas teniendo sexo con Dios, una fuerza invisible, siempre internamente deseando que yo fuera Dios, que me adoraran a mi, que se pusieran de rodillas por mi.
Todo esto dirán que es pecado, pero ¿por qué no puedo ser yo Dios y decidir qué es pecado y qué no lo es? ¿Acaso no hay que amar a todo el mundo? ¿Acaso no hay forma más pura de amar que con el cuerpo?

Rosario en llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora