ciprés

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El hierro corría por mis labios, por mis rodillas llenas de sangre y arena de la puerta de la entrada.
No sé desde hace cuánto tiempo no entro al convento, puede que minutos horas semanas meses años siglos, no lo sé. Solo sé que el ciprés de la entrada, marcando el cementerio que suponía aquel convento para mí, susurraba canciones al son del viento. Canciones que no eran ni de vergüenza hacia mi. Jamas fui tan importante.

Rosario en llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora